mujer y ave

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miércoles, 8 de marzo de 2017


Capítulo 48 Esperándote II parte

─ ¡Bienvenidas! ─ fue el saludo de una voz que provenía desde el interior de aquella bóveda familiar o como dirían los más entendidos, un panteón antiguo, muy peculiar por lo demás y con claras características de una belleza arquitectónica europea.


Aquel llamado fue más casi un murmullo, un clamor con cierto dejo de lúgubre dado el lugar que se gestó. Un saludo, una voz, un clamor, un llamado o lo que uno quiera darle por nombre. No obstante a ello, era la precisa necesidad pospuesta por tantos años, casi un siglo desde que el último sonido se emitiera desde las cuerdas vocales y con ella, se extinguiera toda la intensidad de un amor, su potencia, su belleza, su generosidad y pasión. Todo rastro murió con el murmullo de su nombre y que sin embargo, quedaría suspendido en el espacio tiempo y las arenas del mismo, no dejaron que se marchitará y quedase fundido en el polvo mismo del Seol. Sino que le brindaron una sentencia más justa, más piadosa por así decirlo. Una nueva oportunidad de dejarles vivir la intensidad de su amor en un futuro y que éste mismo se gestó en el preciso momento de reencontrarse en Inglaterra y que precisamente hoy, se cerraba un ciclo de un pasado de tormento y desolación, abriéndoles las puertas a una venidera dicha siempre y cuando puedan salvar un último escollo. Su enemiga más acérrima preparaba el camino para un encuentro decisivo y final. Ahora, era tiempo de abrir por última vez la puerta del pasado y reconciliar posturas y cerrar viejas heridas.

─ ¡Bienvenidas! ─ se escuchó nuevamente el saludo desde el interior.

El mismísimo tiempo se detuvo ante aquellos ojos azules y un nudo apretó su garganta casi hasta el infinito. En un punto en que los sentidos comienzan a sucumbir y el aire a desaparecer de todo el cuerpo. Dejándote tan vulnerable que casi se te abren las mismísimas puertas de la muerte. Del silencio total. Y todo comienza a dar vueltas en torno tuyo que todo pierde sentido y validez en ese preciso momento en que te enfrentas a lo más fuerte que puedas soñar o soportar. Una fuerza tan grande como un torbellino que te arrastra hasta sus entrañas y amenaza con destruirte.

─ ¡No! ─ fue el grito ahogado que emitió desde el interior del mausoleo.

Una ráfaga de viento frio y brutal se dejo sentir en el preciso instante en que el cuerpo de una rubia iba desplomándose de lleno al suelo.

Segundos después un manto de escarcha cubrió las paredes de las tumbas aledañas y revestían a los pinos de un peculiar brillo húmedo que tan solo se puede ver en épocas de invierno. Atrás quedaron los rastros de otros seres que pudiesen estar alrededor. Ni una sombra viviente, alma o criatura inferior que pudiese colarse por aquel sitio. En su lugar, solo se distinguía la silueta de dos personas semi encorvadas.


En ese mausoleo se unificaban y reconciliaban pasado y la realidad actual en que dos mujeres reencarnaron para zanjar un pendiente y que hoy las convocaba para sellar esas heridas. Por ello, el tiempo se congelo dentro de aquel lúgubre lugar y el pasado retornó una vez más. Volviéndose a manifestar en sus antiguas personalidades, vidas y nombre con la cual iniciaron su historia…es decir un manto de luz cayó sobre ellas mismas y esa estela luminosa causó que no solo sus memorias recobrasen esos recuerdos sino que brotó de sus propios cuerpos sus antiguos espíritus y emergieran como…

Una mano se posó sobre el rostro de aquella rubia y con sus dedos delineó todo su contorno sin dejar de contemplar, la faz de aquella mujer.

─ No volveré a renunciar a ti nunca más en la vida ─ murmuró entre dientes, la misma dueña de esa mano que acariciaba a la otra mujer.


Al mismo tiempo, gotas cristalinas comenzaron a brotar de sus ojos verde esmeralda como manantiales, con raudo y precipitado camino sobre su tez trigueña.

─ ¡Al fin mi espera ha terminado! ─ susurró con la voz quebrada por la emoción de tener devuelta entre sus brazos el cuerpo de esa mujer que lo fue todo en su vida, en su pasado como lo era ahora, en su presente.


Tal vez fueron las mismas lágrimas que caían sobre el rostro de aquella rubia o quizás fuese que su corazón la hizo despertar de su letargo, que fue abriendo los ojos lentamente y entre la brumoso de sus ojos en un principio, apenas enfocaba la fisonomía que estaban frente a ella.

Las pupilas azules, pronto fueron acostumbrándose a la luz y aquello borroso, se volvió nítido y pudo ver un rostro conocido de muchas vidas y de una sola a la vez.

─ ¡¿Rowine?! ─ susurró la joven, cerrando y abriendo sus parpados para cerciorarse que era ella y no un espejismo cruel. ─ ¿Eres tú?
─ Soy yo ─ contestó la joven trigueña, sin dejar de verla con ojos cargados de ternura, cariño y de cierto pavor aún presente. ─ Tú…Rowine.
─ Amor ─ murmuró la otra, siendo la que elevó su mano  a la altura del rostro de la morena y quién acarició su faz, temerosa en un principio y ávida, luego. ─ ¿Por qué?
─ ¡Anabelle! ─ fue la respuesta de la morena.
─ ¿Por qué te fuiste? ─ preguntó Anabelle, conteniendo las lágrimas que amenazaban con brotar de sus ojos. ─ ¿Por qué me abandonaste?, ¿Por qué me condenaste a vivir un infierno como el que me sumí con tu partida?, ¿Por qué no confiaste en mí?, ¿No me amabas acaso?
─ Eras tú ante todo ─ respondió Rowine. ─ No tuve más alternativa.
─ Si yo era tan importante para ti ¿por qué no peleaste por mí? ─ espetó Anabelle con dolor. ─ ¿por qué dejaste que se salieran con la suya?
─ Era muy tarde para remediar las cosas ─ defendió Rowine ─ Todo estaba en nuestra contra y no nos iban a permitir estar juntas. Menos ella.
─ Pero nos condenaste al final de cuentas ─ refutó Anabelle. ─ Tú terminaste condenándome a vivir el peor de los dolores y estar muerta en vida.
─ ¡Anabelle! ─ exclamó con pesar Rowine y enderezando a ambas y poniéndose de pie. ─ ¡Perdóname!...No deseaba lastimarte de ese modo, pero no pude impedirlo.
─ No sabes cuánto tiempo viví esperando tu regreso, saber cualquier cosa que tuviese relación contigo que hasta una prenda tuya me hubiese servido de consuelo, como paño de lágrimas en el cual derramar mi dolor y a la vez consolarme, porque sabría que era de ti ─ vació su alma en esa confesión Anabelle, como si estuviese siendo ella misma, la antigua Duquesa XVII. ─ Que tendría tu aroma, tu esencia y que a la vez, sería el cruel recordatorio de que no estarías más y sin embargo, sería un vestigio y prueba de que di con tu paradero. Pero no, ni eso tuve, nada, solo un dolor que jamás me abandonó.
─ Quisiera poder volver el tiempo atrás para consolar tu corazón, pero no es posible. ─ señaló Rowine, en cuyo rostro se veían evidenciado, lágrimas que brotaban desde lo profundo de su corazón. ─ tuve que tomar la decisión más dolorosa de todas y arrastrarte a ese sufrimiento infinito. ¡Quizás me comporte en forma miserable y egoísta! Pues al pensar que alejándome de tu vida podría librarte de una desgracia mayor, terminé por hacer hundirte más. ¡Lo siento tanto!
─ Hubiese preferido morir de golpe que haber padecido tan lenta agonía ─ murmuró dolida Anabelle, evidenciando las mismas emociones que vivió tan intensamente tras la partida de su amor y posando una vez más sus acuosos ojos azules sobre aquellos verde esmeralda que tanto amó.
─ ¡Anabelle! ─ susurró Rowine, sin perder de vista esos ojos, estudiándolos detenidamente o mejor dicho, retomando una acción que solía hacer. Sus pupilas y esa tonalidad. ─ ¡Mi lucero de Calguiere!
─ ¡¿Aún lo recuerdas?! ─ indagó la Duquesa.
─ Cómo olvidarlo ─ dijo Rowine, rozando el contorno de sus ojos con su dedo, rememorando esas viejas vivencias. ─ Has sido mi lucero en las noches más oscuras y solitarias. Mi consuelo y mi tesoro invaluable.
─ Un lucero que se apagó con tu partida. ─ mencionó Anabelle. ─ Un lucero sin brillo, sin vida y sin rumbo.
─ ¡Por favor perdóname! ─ suplicó Rowine. ─ No deseaba lastimarte de ese modo sin que con ello, no rompiese mi propio corazón con mi exilio. Sufrí en carne propia mis actos, no volví la mirada y no die pie atrás. Y no obstante, hubo tantas veces que deseé con toda mi alma regresar, retornar a ti y hacerle frente a todos esos obstáculos y acabar con los engaños de Vivian. Y de solo recordar su nombre, no pude, me faltaron fuerzas porque no dejé de pensar en ti y tu porvenir. Me sumergí en una coraza y cerré las puertas de mi corazón por largos diez años y aún así, no fue suficiente. ¡Jamás pude olvidarte!
─ ¿Te das cuenta de cuánto hemos sufrido ambas? ─ preguntó Anabelle. ─ Por no ser capaces de luchar por nuestro amor y dejar que otros se saliesen con la suya. ¡No teníamos porque llevar esa cruz!
─ ¡Lo sé! ─ aceptó Rowine. ─ Nos falto valor en aquel tiempo y dejamos que otros nos manipulasen de un modo cruel.
─ Rowine ─ llamó Anabelle.
─ Dime ─ respondió la joven.
─ He venido a saldar mi deuda contigo y a pedirte perdón por haberte orillado a un exilio del cual no merecías. ─ expuso la Duquesa. ─ Yo Anabelle Calguiere, antigua Duquesa XVII, te pido desde el fondo de mi corazón y con todas sus fuerzas que perdones mi vida por haberte ocasionado tal dolor con la decisión que te obligaron a tomar mi madre Henrietta y mi esposo, Jonathan. Discúlpame por no haber luchado lo suficiente por ti y dejar que mi familia te usará de ese modo a costa de salvaguardar las apariencias y la fortuna que Vivian nos robó sin miramientos. Esa no era tu deuda, sino mía. Soy yo la que tiene un compromiso contigo y tus descendientes por causa de nuestro egoísmo.

En compensación por el acto tan vil que te sometió mi familia, pide lo que consideres digno y pertinente para pagar esta afrenta.
Lo que tú desees se te será dado, nuestra fortuna, tierras, lo que pidas ─ concluyó Anabelle con seriedad.
─ ¡Anabelle! ─ murmuró apenas Rowine.
─ Antes de que me digas que no ─ interrumpió la Duquesa. ─ Acepta mis disculpas y las de mi familia. ¡Perdónanos Rowine!
─ Las aceptó de tu parte ─ hizo hincapié en ello la joven Mcraune. ─ Quiero que sepas que no he regresado a cobrar revanchas. Al menos no contigo y menos, tu familia.
─ Es justo que tratemos de recompensar tu pérdida ─ indicó Anabelle. ─ perdiste demasiado por causa nuestra.
─ Anabelle ¿Aún no lo entiendes verdad? ─ inquirió Rowine. ─ Regresé a la vida por dos razones y en nada tienen que ver con riquezas que pertenezcan a tu familia.
─ Entonces, dime ─ instó la joven Calguiere. ─ ¿Cuáles son esas razones?
─ Nosotras dos no reencarnamos por que sí ─ aclaró Rowine. ─ vinimos una vez más a la vida a terminar con nuestra historia y darnos esa oportunidad que nos arrebataron. Hacerle frente a nuestra adversaria y poder ser felices en esta única vida que hoy tenemos. ¡A eso vine! A darnos esta nueva oportunidad que nos ofrece el destino.
─ ¡Tienes razón! ─ admitió la joven Duquesa. ─ Nos hemos reencontrado para ser felices de una vez por todas. Acepto tu voluntad y de mi parte, daré todo cuanto está en mí por concretar ese deseo tuyo, mío, nuestro.
─ ¡Así debe ser! ─ apoyó Rowine, acercándola a su pecho y expresando de la única forma, el sentimiento que aún yacía muy dentro suyo. ─ Es hora de recompensar nuestra nueva vida y para ello, debemos cerrar y sellar el pasado.
─ De acuerdo ─ convino Anabelle, descansando el pecho de su viejo amor.
─ Ahora necesito que leas una carta que deje para ti ─ mencionó Rowine, apartándose de la joven Calguiere.
─ ¿Una carta? ─ preguntó Anabelle. ─ Pensé que me la habías dado con el mensajero.
─ Eso fue en el momento de mi partida ─ señaló Rowine.

Dentro de sus ropas extrajo una llave con la cuál abrió la pequeña bóveda que estaba a un costado y resultó ser la de su sirviente. Tras correr la tapa y sacar del compartimento adjunto a los restos de su sirviente. Tomó el cofre con las cartas allí guardadas.

─ Fue el mejor sirviente y amigo que tu madre, Henrietta, dispuso para mí y que le estoy muy agradecida ─ mencionó  Rowine, al pasar su mano sobre el recipiente con las cenizas de aquel compañero de viaje y de vida. ─ hasta el día de hoy guardó con celo, mi única herencia y testimonio de mi vida.
─ Al igual que tú, él renunció a su vida ─ convino Anabelle, al posar la mirada sobre el nombre de la cripta.
─ Fue un hombre de una generosidad absoluta ─ confesó Rowine ─ y de una lealtad que no he visto en persona alguna.
─ Comprendo ─ dijo Anabelle sin más que decir, porque era verdad, nadie cercano a ella, fue fiel o leal como el sirviente que Rowine tuvo. ─ Has sido afortunada de tenerle, yo hubiese dado la mitad de mi fortuna por tener a una persona como él. Sólo tuve conspiradores a mi alrededor, egoístas, avaros y desalmados. Mi vida entera giró en torno a personas con dobles intenciones.
─ Anabelle, en el mundo en el que te desenvuelves siempre tendrás que lidiar con personas trepadoras socialmente. Otros te buscaran por tu fortuna y el prestigio de estar codeándose en un circulo muy cerrado como es la nobleza ─ indicó Rowine. ─ Y solo unos pocos se interesaran en ti, en quién muestras ser, una mujer como todas. Un ser humano más y no un adorno o trofeo con la cual lucirse ante la sociedad, las cámaras y cuanto evento social lo requiera.
─ Es el precio que debo pagar por haber nacido dos veces en cuna de nobles y dentro de la misma familia ─ repuso la propia Duquesa. ─ No es nada fácil estar siempre en recelo y cuidándote de cuántos se acercan a ti. De estar siempre expuesto  al escrutinio de todos.
─ Dos veces tropiezas con la misma piedra, Anabelle. ─ señaló la joven Larson o Rowine. ─ Dos veces y el mismo destino. Debes asumir o cambiar el curso de éste.
─ ¿A qué te refieres con eso? ─ preguntó con suma curiosidad ésta. ─ ¡Explícate!
─ Que está en tus manos cambiar ese destino y el precio que tienes que pagar, según lo que tú misma has dicho─ aclaró Rowine. ─ Tú decides si continuar por esa senda o dar un paso al costado y darle sentido a esta nueva oportunidad de vivir la vida como un mortal más.
─ ¿Estás insinuando que renuncie a mi título? ─ inquirió de lleno, Anabelle.
─ No insinuó, solo te hago ver los caminos que tienes por delante ─ expuso Rowine. ─ Nadie puede estar atado a algo que no desea, que le hace más mal que bien.

Aquellos ojos del color del cielo quedaron viendo fijamente a la joven, viendo en la profundidad de la otra, alguna señal que le dijese que estaba frente a la misma mujer que amó, porque le parecía tan extraño oírla proponerle un hecho de esa magnitud. Y sin embargo, a pesar de la conmoción de lo dicho, no dejo de reconocer cierta verdad en sus palabras.

─ Dejemos este tema para otra ocasión y ocupémonos de lo que realmente es importante en este momento. ─ dijo Rowine, pasando una de las cartas que contenía aquel cofre. ─ Por favor ten la amabilidad de leerla.

Anabelle, dejo de lado sus cavilaciones sobre lo dicho por su prometida y recibió de las manos de la misma, aquella carta escrita del único modo en que se hacía en aquel tiempo con tinta y pluma. La cogió en sus manos y quito el sello que llevaba. Desdobló aquel papel y al instante de posar sus ojos sobre las líneas que yacían en ese rectángulo de celulosa elaborada en papiro. Reconoció la escritura propia de su viejo amor, puesto que su caligrafía tenía cierta curvatura que era en un estilo muy inglés. Limpia y perfecta en cada uno de sus trazos.

Sus ojos buscaron ávidos el sentimiento y la verdad impresa en esa hoja que le diría lo sucedido en aquel tiempo en que estuvieron a ciento de kilómetros lejos la una a la otra. De inmediato procedió a su lectura…

Anabelle, el tiempo ha sido inexorable en su paso y ya van cinco años desde que me alejara de tu lado rumbo al exilio y muerte de mi propio corazón. No ha habido un solo día en que no te recuerde con dolor y añoranza de tener la fortuna sublime de poder contemplar tu rostro. Tener la dicha de perderme en aquellos luceros del cielo mismo en su tonalidad, volver a ver a mi lucero de Calguiere.
Tanta necesidad, tanto anhelo, tanta hambre hay en mí de ti que por largura de días siento que agonizo infinitamente hasta llevarme al mismo borde de la locura, puesto que solo es un fantasma tu recuerdo, una sombra que me persigue sin piedad y que aunque así lo quise yo, no sabes cuánto me duele, cuánto me destroza y carcome por dentro haber tomado tan nefasta decisión porque no hay consuelo para tanto dolor, como tampoco un bálsamo que cierre lo profuso de las heridas del corazón.
Soy un alma en pena y por más que me esfuerzo en salir a dar todo de mí por revertirlo, ha sido el más grande calvario día con día y noche tras noche.
Me pregunto en estos momentos en ¿cómo estás tú?, ¿qué ha sido de tu vida lejos de mí?, ¿has podido olvidarme y olvidar nuestro amor? Sé que no tengo derecho alguno en preguntarlo al tiempo, a Dios, y mucho menos a ti; después de que de haber cometido la acción más vergonzosa de todas y la más cruel de todas; porque un amor verdadero no merece este pago, está falta de valor y cobardía de mi parte aunque fuese por tu propio bienestar y felicidad.
Ha sido tan duro el destierro y aunque no me quedan fuerzas para oponerme al destino que se trazó para nosotras ¿qué puedo hacer con este sentimiento que no me deja? Con un corazón que se resiste a olvidarte; a sacar tú nombre de sus profundidades y me hace sentir el ser más miserable de todos con constantes flagelos de hielo y vacio que parecen arrancarme el deseo de vivir. Que atormentan mi razón hasta el punto de enloquecer por las noches y llorar en el día. No hay consuelo para tanta pena, tanta necesidad y anhelo de ti. ¡Es el precio que debo pagar por haberme atrevido a abandonarte sin tu consentimiento!
No hay un mísero momento de paz o consuelo para mi alma, que te llama a gritos y que no se permite dar cabida a ninguna otra persona que ose ocupar tu lugar. Y aunque lo hubiese en años posteriores, sería incapaz de desplazarte de tu lugar y posición en este mi corazón, que llora día y noche por tu presencia; y anhele volver a verte tus hermosos ojos, ¡mi tan amado lucero de Calguiere!
Dicen que el tiempo y la distancia todo lo cura y borra de la memoria. Y sin embargo, no ha sido mi caso y si lo conseguirá con el correr del tiempo. Lo único verdadero en este minuto y en esta lejanía, es que nada puede consolarme y llenar este vacío tan abrasador.
Si pudiera al menos verte una sola vez más. ¡Créeme que moriría en paz! Pues viviría por ese momento.
La única ilusión que me queda en la vida y en ella desgarro mi esperanza, es suplicarle a Dios, el creador, nos conceda la oportunidad de volvernos a encontrar en una nueva vida y poder al fin ser felices porque no habría mayor dicha que saberme tuya una vez más y darte todo lo que se nos fue negado.
Todo lo que aquella mujer que por años permaneció en las sombras de la manipulación y el engaño, disfrazando la nobleza de la amistad con la más burda de las hipocresías. Esa mujer que utilizó  todos los medios y personas que fuesen necesarios para conseguir su fin al punto de involucrar a su propia sangre. Sus fechorías son tan bastas como el mismo manto de estrellas que cubren el firmamento por las noches. ¿Me pregunto si podrás algún día conocer la verdad de los hechos y desenmascarar al verdadero culpable de nuestra desgracia? Una que estuvo con nosotras por tanto tiempo y que albergó sentimientos tan viles dentro de su corazón que se volvió podredumbre en su sangre, en su vida y en su entorno. Aquella que por años se mantuvo junto a ti como la amiga de infancia que en nombre de la amistad y hermandad  juro cuidarte.
¡Cuánta falsedad de su parte! Nunca supo lo que esa palabra significa y solo te vio con ojos de codicia y egoísmo.
¿Pudieras imaginar las cosas que dijo e hizo? La suma de dinero que lanzó a mis pies por el precio de tu amor y al saber rechazada su despreciable oferta no cejó de buscar la forma para apropiarse de tus bienes y ser el único medio para doblegarme y poner tu bienestar en peligro. Obteniendo su recompensa al final de cuentas.
Poco antes de partir y actuando en las sombras como siempre, envió a un grupo de mercenarios a darme muerte cuanto ya estaba próxima a subir al navío que me llevaría a tierras en la península itálica y que si no hubiese por el pronto auxilio de mi sirviente que abrazó a una mujer desconocida que vestía ropajes muy similares a los míos, hubiese encontrado la muerte a manos de ese puñal.
Anabelle, no bastó con apartarme de tu lado sino que en todo momento deseo mi muerte por sobre todas las cosas y es algo que no puedo olvidar como tampoco perdonar y no habrá un instante en que no desee cobrar revancha a Vivian por todo lo que nos hizo ya sea en esta vida o en otra. Pero estoy segura que  mi anhelo se cumplirá y más tarde que nunca nos volveremos a ver las caras y esta vez, no dejaré que vuelva a tener éxito.
Yo volveré a la vida y ese será el principio del fin para aquella mujer que me desgracio y condenó a vivir un exilio sin ti. Y deseo fervientemente que tú también tengas el privilegio de volver. Aunque solo sea para verte una sola vez, con ello será mi regocijo.
Espero puedas recordar nuestra historia y lo que dejamos pendiente, una sola vez más tener la dicha de contemplar tus ojos y decirte que te amo con todas las fuerzas de mi ser y que la espera por tu amor ha valido la pena ante tanto sufrimiento.
No vayas a olvidarme amor mío que yo no lo haré nunca y me dormiré en el sueño de la muerte con tu nombre en mis labios y la promesa de volver a vernos.
Que estás líneas puedan  llegar a tus manos y sino a algunos de tus descendientes para que sepan que el amor de tu vida nunca de dejo de pensarte y añorarte con toda el alma.
Solo espera por mí, Anabelle, yo regresaré a ti.
Tuya hasta la eternidad

Rowine Mcraune.

Al  finalizar de leer aquella carta dejada por el amor de su vida, la actual Duquesa de Calguiere no pudo evitar vaciar su alma sobre aquella hoja y unas cuantas gotas cayeron sobre su superficie evidenciando el sentir que le provocó esa misiva.

Levantó muy despacio su rostro y clavó la mirada frente a la mujer que tenía enfrente. Sus acuosos ojos azules hablaban claramente por sí solos lo que significó encontrarse con los últimos sentimientos y deseos de la mujer que en la otra vida fue su verdadero amor.

─ Esa promesa se ha cumplido…Rowine ─ murmuró con la voz quebrada Anabelle.
─ ¡Así es! ─ correspondió ésta y tendiendo su mano en dirección de la joven Duquesa y prometida, añadió. ─ Es hora de saldar cuentas con el destino y reclamar nuestro derecho a ser felices.

¡Por fin se volvían a reencontrar en un abrazo añorado por muchísimo tiempo! ¡Al fin podrían a comenzar a cerrar sus heridas! Porque ese abrazo no solo encerraba un deseo del pasado sino que además era la forma en que ambas también se perdonaban una a la otra por causarse un daño que les costó las ganas de volver a sonreír.

El lugar guardó silencio por el reencuentro de las antiguas amantes y solo vino a ser interrumpido cuando…

─ Y también de nosotros los Calguiere en saldar nuestra deuda contigo ─ se escuchó decir a espaldas a las chicas a una inconfundible voz de mujer.

Ambas muchachas se giraron despacio para encontrarse de lleno con la figura inconfundible de la Anette Calguiere y los padres de Raniel. Que se encontraban sobre la pequeña escalinata del mausoleo a unos pasos del umbral de éste mismo. Quienes sigilosamente se fueron acercando y procurando no interrumpir aquella conversación final y habían permanecido al margen de ello por unos breves momentos.

─ ¡Madre! ─ exclamó Anabelle.

Fue la Duquesa madre, mejor dicho; antigua Duquesa. Quién dirigió sus pasos en dirección en donde se encontraba el eslabón perdido del clan Mcraune. Acortando la distancia entre ambas, posó una de sus manos sobre la mejilla de Raniel mientras que con la otra presentaban un legajo de cartas en manos de la muchacha.

─ Yo,  Anette Calguiere Spencer, vengo en nombre de mi antecesora a enmendar un error imperdonable y una deuda infinita contigo Rowine Mcraune. ─ señaló con la rubia mujer cuyas lágrimas comenzaban a fluir de sus ojos. ─ ¡Por favor perdónanos por la infamia a la que te sometimos!
─ ¡Anette! ─ balbuceó en una primera instancia la joven y en un abrir y cerrar de ojos, aquella aura presente en ambas protagonistas se esfumó y fue ahora, el turno como Raniel, en responder. ─ No has sido tú, la responsable de nuestra desgracia y tampoco del que fuese mi exilio.
─ Sin duda que no ─ respondió la antigua Duquesa y aún con la congoja viva tras lo escuchado minutos antes, procedió en decir. ─ Y sin embargo, soy descendiente de Henrietta, quién provocó con su cobardía aquel exilio que les costó a ambas el poder ser felices.
─ ¿Entonces estás al tanto de lo sucedido en el pasado? ─ preguntó con una curiosidad medida pero a la vez expectante.
─ Así es ─ contestó Anette.
─ ¿Desde cuándo? ─ volvió a preguntar Raniel con un rostro analítico. ─ ¿Y cómo?
─ Primeramente tengo un socio de muchos años y por medio de éste estuve meramente en conocimiento de la desaparición de un pariente suyo. ─ refirió Anette y luego, señaló el legajo de cartas que entregará a la joven. ─ Y hace unos cinco años tuve la fortuna de hallar una de las habitaciones que había sido ocultada tras una pared falsa. En ese lugar encontré muchos documentos que relacionaban a Henrietta con un desfalcó económico a manos de Vivian Brigston. Junto con ello, estaban esas cartas que mi antecesora dejase como testimonio a sus descendientes de los ardides que dicha joven había provocado.
Ella expuso cada situación en la que se vio involucrada e incluso la extorsión en que se vio envuelta. Dando como resultante el exilio permanente de la hija de Enios Mcraune.
En dichas cartas podrás hallar su verdad y también corroborarás el compromiso que tenemos sus descendientes para con la familia Mcraune y contigo misma.
Esto no es una deuda pasada e individual de la antigua Duquesa Henrietta Calguiere sino de todo el linaje Calguiere. Tenemos el deber de reparar aquella afrenta provocada por nuestra antecesora y eso ha sido en las últimas cinco generaciones y mis propios descendientes están obligados a cumplir esta voluntad contraída ante la mismísima reina desde ese entonces.
Por este motivo, al asumir una nueva Duquesa, es recibida por su majestad y recordada su deuda para con una de las familias antigua de Londres. Lo que nos obliga cada cierto tiempo en darle a conocer progresos en dicha tarea.
Has de saber que no solo lo hacemos por petición de su majestad sino por el deseo propio de concluir una labor que nos permitan quitarnos la vergüenza que por muchos años hemos llevado a cuestas─ concluyó con sus argumentos Anette. ─ Nuestra familia está en deuda contigo desde hace mucho tiempo. ¡Acepta que saldemos esta afrenta! Es un asunto de honor lo que nos obliga hacerlo ante todo.

Raniel, escuchó con mucha atención la explicación que le diere Anette y concluyó rápidamente que habían estado ocultando cosas sobre su vida pasada al igual que lo hicieran con Anabelle. Esto provocó un amargo sabor en su boca y en parte le dolió más de lo que deseaba reconocer. Su mirada al instante volvió a cambiar oscureciéndose mucho lo que no paso desapercibido no solo para Anette como su hija sino que para los padres de la joven Larson.

─ ¡Hija mía no saques una conclusión basada solo en tu perspectiva! ─ se apresuró en decir a Emanuel. ─ danos el beneficio de la defensa de nuestros actos y juzga tú con imparcialidad, te lo pido.

La joven Larson, desvió su mirada hacia su derecha y contempló el semblante de su padre en busca de una señal que le desmintiera un punto que creyó oír mal.

─ ¿Sus actos? ─ inquirió confundida Raniel. ─ ¿he oído mal padre?, ¿ustedes también sabían de estas cartas?
─ Por supuesto, al menos las que has descubierto en las urnas del sirviente. Esas sí ─ respondió Emanuel con honestidad y develando también su verdad. ─ Este no solo ha sido tu legado sino que también el nuestro, el de los Larson. Se dio instrucciones a todo el mayor o descendiente de la familia mantener resguardada la memoria y voluntad de Rowine en caso de nacer en el seno familiar una niña, que tuviese sus características y que pudiere ser su reencarnación.
Para nosotros no nos fue nada fácil ver que nuestra única hija viniese con una carga tan grande y que el peso de los recuerdos afectará tan gravemente su salud. Por lo que tu madre y yo decidimos llevarte con un especialista y fuimos comprendiendo que podías ser tú ese eslabón del que se nos hablase.
Jamás hubiésemos imaginado que al viajar a Inglaterra hallases a quién en la otra vida fuese tu antiguo amor.
Solo dejamos que viajases con el único propósito que fueras aliviándote de tus tormentos y se esclareciesen  algunas cosas sin que pusiera en riesgo tu vida.
Cuando nos hablaste que habías descubierto que la joven de tus bocetos existía y que te habías enamorado de ella. Comprendimos que el destino se había encargado de volver a unirlas.
Poco después recibimos la invitación de Anette para celebrar sus segundos votos antes del casamiento y decidimos participar de esa tradición y además, de constatar que los hechos fuesen tal cual y de paso conocer la verdad que encerraba la familia Calguiere y que gentilmente los padres de tu prometida nos fueron revelando.
En dicha instancia, también tuvimos el placer de conocer a uno de los descendientes de tu familia y que por largos años ha añorado y acariciado el sueño de volver a reencontrarse con su ser amado.
Ahora puede comprender que ninguno de nosotros hemos deseado ocultarte los hechos sino mantenernos en espera del tiempo justo en que tu memoria y la de Anabelle, aflorasen por completo para ponerlas en conocimientos del legado dejado por ti misma en el pasado como la voluntad de Henrietta ─ acabo de finalizar Emanuel su explicación. ─ Con esto, tienes las dos versiones de un mismo asunto. Ahora puedes sacar una conclusión con total imparcialidad. Nosotros hemos cumplido para contigo. No nos resta nada más que decir.

Raniel, por primera vez fue casi inmutable en sus expresiones faciales y su mirada se mantuvo centrada en ver la retina de los ojos de su padre.

─ Amor, ellos tienen razón en sus acciones ─ intervino Anabelle a favor de ambos padres. ─ E incluso yo estuve investigando algunas cosas con Alesia cuando caíste enferma en casa y créeme que puedo comprender sus temores porque también los viví y por eso, callé lo que habíamos descubierto con mi prima. No es fácil guardar silencio solo tenía que llegar el tiempo propicio para ello y hoy justamente se dan todas las cosas a favor nuestro ¿no te parece a ti?
─ No puedo mentir en que me disgusta que se me oculten cosas, pero que también me hago a la idea de sus razones ─ confesó Raniel, suspirando resignada a los hechos. ─ Es también mi deseo en darles conocer que es algo que arrastro conmigo desde la otra vida. Me indigna el engaño y la mentira es a lo que me orilló Vivian y no quiero volver a sentirme burlada y llevada al extremo de no tener salida ante los hechos. ¡Por favor entiéndanme!
─ Comprendemos mejor que nadie, tu sentir hija mía ─ aseveró Emanuel sintiendo mas alivio al salvar un gran escollo. ─ Me gustaría que conversáramos estando en casa. Este no ya no es buen lugar; más que para dejar descansar el pasado y dar comienzo a una nueva vida.
─  Pienso igual que tu padre, Raniel ─ concordó Anette, esbozando una sonrisa de alivio. ─ hay mucho que leer y meditar. Y otras cosas de las que debes estar al tanto.
─ ¡De acuerdo! ─ aceptó los hechos Raniel y viendo los ojos de su prometida. ─ ¿tú qué dices Anabelle?
─ Que es una buena ocasión de tratar en un tema en familia sin la sombra del temor en que pueda afectar tu salud ─ repuso la misma Duquesa.
─ ¡Vayamos entonces! ─ convino la propia Raniel viendo al resto. ─ hay mucho que hablar sobre los descendientes de la familia Mcraune.
─ Sin duda que sí, Raniel ─ concordó Anette y viendo a su hija, añadió con cierto desprecio. ─ Además, hay algo delicado que mi hija debe conocer con respecto a su ex novio, si se puede llamar de ese modo a tu antigua pareja sentimental.
─ ¿Qué sucede con Robert? ─ inquirió Anabelle sin dejar de ver a su madre.
─ En casa y en su momento hija mía ─ repuso Anette ─ primero es lo primero. Cerrar el pasado para luego, solucionar el presente. De una cosa a la vez.
─ Como tu digas madre ─ ahora fue el turno de aceptar los hechos para Anabelle.
─ Tengan la bondad de permitirme cerrar este mausoleo ─ señaló Emanuel. ─ Por cierto ¿cómo fue que lo abrieron sin la llave?
─ Digamos que el universo confabuló con nosotras, padre ─ explicó a modo de respuesta Raniel. ─ Sabes que hay cosas que nunca podrán ser aclaradas.
─ Sin duda ─ contestó su padre, tras permitir. ─ El misterio será misterio hasta que por sí solo se devele.

Emmanuel tras permitir que los demás pusieran los pies fuera de ese mausoleo. Juntó ambas puertas y puso un nuevo cerrojo. Con ello, dio vuelta la hoja en la vida de su familia y se cumplía a cabalidad con los deseo de aquella joven inglesa que en el lecho de muerte puso por testamento lo más insólito que se pudiera pedir a un hijo…Dar esperanzas a un futuro incierto.

─ Como tú descendiente de ese único hijo que tuviste, he cumplido con tus deseos ─ murmuró Emmanuel tan bajo que ninguno pudo oír esa pequeña oración. ─ Pueda descansar tu memoria y utilizar este regalo del destino y que en mi hija hagas realidad tus sueños.

Aquellos mismos ojos esmeraldas se posaron en la figura de su padre y acortó la distancia entre ambos, abrazándolo fuertemente y cerca de su oído, dijo…

─ Gracias ─ susurró despacito Raniel.

Aquel hombre, abrió sus ojos con tal asombro porque intuyó que fue una clase de poder sensorial más allá de la razón y correspondió al gesto de su hija, estrechando a la menor de sus hijos, mostrando todo su cariño.

─ Solo sé feliz y no pierdas esta oportunidad ─ dijo Emmanuel.
─ No dejaré esta ocasión para ser feliz junto a Anabelle ─ señaló Raniel, al separarse de su padre.
─ Así debe ser ─ coincidió su padre. ─ Es una excelente mujer. Independiente a que ustedes vengan reencarnadas. Se nota que te ama muchísimo por la forma en que te mira.
─ Yo igual la amo demasiado ─ señaló Raniel, tomando de la cintura a su prometida. ─ No puedo concebir mi vida ya sin ella. En su amor tengo todo lo que necesito.
─ Tú también eres mi todo para mí y no necesito nada más ─ mencionó Anabelle, viendo con ojos de enamorada y arrobada su pareja. ─ El volvernos a encontrar es la máxima fortuna que un ser humano puede obtener. Y no saben ustedes, lo que daría por resguardar este tesoro siempre conmigo.
─ Anabelle ─ susurró emocionada Raniel, que se abrazó más a la cintura de su novia como quién se funde a su costado.
─ Mi princesa ─ murmuró la Duquesa y alzando el mentón de su prometida, depositó un pequeño beso, para añadir. ─ No dejaré que nada ni nadie nos vuelva a separar.
─ ¿Ni siquiera ella? ─ preguntó Raniel, recordando a su oponente del pasado.
─ Mucho menos ella ─ acordó Anabelle, viendo la profundidad de esos ojos esmeralda. ─ No te quepa la menor duda en mis palabras. Esta vez no le consentiré a la reencarnación de Vivian, que me aleje de tu lado. No soy la misma Anabelle Calguiere del pasado. Así como detestas la mentira por su causa, así mismo yo arrastro cadenas de temor al abandono por culpa de esa vieja amiga de antaño. Esta vez no vamos a permitirle que se salga con la suya, primero le mato antes de que consiga su objetivo.
─ ¡Anabelle! ─ exclamó Raniel, sopesando el tenor de aquellas palabras. ─ No ensuciaras tus manos en una mujer como esa. Hay muchas formas de sacarla del juego sin rebajarse al nivel de su calaña.
─ Estoy plenamente de acuerdo con Raniel ─ interrumpió seria Anette. ─ Tú no eres del mismo nivel que esa mujer y no mancharás tus manos con una escoria como esa. Eso no lo consentiré de ningún modo. Desde ya les prevengo que esa mujer es más cercana a ustedes de lo que ustedes se piensan.
─  Madre… ¿De quién se trata? ─ quiso indagar Anabelle. ─ como tu sucesora e hija, te exijo que me lo digas. No puedes callar un hecho de esa índole.
─ Hija no insistas, fui bien clara contigo que llegando a casa de los padres de tu prometida hablaríamos del tema ─ respondió muy seria Anette. ─ No deseo sembrar en ustedes más angustias y lo único que debe quedarte claro en este momento al igual que a Raniel, es que no dejaré que arruines tu vida por una mujer como esa tal Vivian. Solo ten un poco más de paciencia es todo lo que te pido.
─ Será como tú digas, madre ─ aceptó a regañadientes Anabelle y solo las caricias de su prometida lograron aligerar un poco el disgusto que sintió por no saber la verdad.
─ Esperemos un poco más amor. ─ Animó cariñosamente Raniel tras observar el semblante de su pareja. ─ solo un poco nada más.
─ Ok ─ dijo cortante Anabelle, aspirando fuerte para templar su carácter.
─ Será mejor que apresuremos el paso ─ indicó Emmanuel viendo a su esposa y la madre de su nuera.
─ Es verdad ─ acotó Fabiola, viendo los cielos. ─ se nos avecina un aguacero y por las nubes, es uno de los grandes. Creo que deberán postergar por hoy la ida a la universidad.
─ ¡Cierto! Sara quería que zanjáramos en la tarde ese asunto. ─ mencionó Raniel
─ ¿Por qué no podrán hacerlo? ─ preguntó al mismo tiempo Anabelle como su madre, Anette.
─ Por la formación de nubes habrá una tormenta eléctrica dentro de muy poco junto con una lluvia de granizo que a veces son más grande del común y afectan mucho el sistema de energía de la ciudad ─ explicó Emmanuel. ─ Por lo que se paralizan un poco la ciudad a causa de este fenómeno climático.
─ ¿Y eso dura mucho tiempo? ─ insistió Anabelle. ─ lo digo porque se supone que hay una reunión pauteada con un decano que recibiría a las chicas y ver el asunto de la beca de Raniel y el cierra del semestre de Sara. No veo que tenga mucha relación con el sistema energético de una ciudad.
─ Comprendo tu posición, Anabelle ─ respondió Fabiola. ─ Pero lo que mi esposo quiso decir es lo siguiente. Esta tormenta no es algo que se vea siempre solo cuando entramos a otoño cuando se presenta y dura un buen par de horas por lo que cierran universidades y colegios para que el alumnado se vaya a casa temprano porque hace dos años, tuvimos que lamentar la muerte de dos alumnos a causa de ese fenómeno. No somos una ciudad preparada para ese tipo de cosas y solo buscan resguardar a la ciudadanía.
─ ¡Ya veo! ─ exclamó la Duquesa. ─ tendremos que esperar hasta mañana entonces.
─ No puede ser de otra forma ─ expuso Emmanuel justo que alza su rostro al cielo y se deja sentir los primeros copos de agua congelada. ─ ¡Ya comenzó a granizar!  Vamos a casa rápido.
─ ¡Vamos chicas apresuren el paso! ─ instó Fabiola y entregando una mantilla a la madre de la Duquesa. ─ Esto te cubrirá un poco Anette. Suelen ser muy molestos.
─ Gracias ─ respondió Anette. ─ Veo a lo que te refieres. Son bastantes grandes y persistentes.
─ Ha habido unos del porte de una pelota de pin pon ─ señaló Fabiola.
─ ¡Tienen un clima impredecible! ─ indicó Anabelle a su prometida, mientras era arrastrada a gran velocidad y su vez, se cubría con la mano su cabeza de esos granizos.
─ Es lo hermoso de vivir en esta tierra austral ─ mencionó con dicha Raniel. ─ Todo puede suceder.
─ ¡Si tú lo dices princesa! ─ dijo en forma sarcástica Anabelle, que ya se resentía un poco con tanta pelota de nieve que les caía encima.
─ ¡Aprisa chicas! ─ demandó Emmanuel, antes de llegar al vehículo que estaba estacionado casi al frente del cementerio. ─ Un poco más.

No hubo necesidad que se los volviera a repetir porque ambas casi volaron hasta llegar el coche y subirse más que raudas. En menos de un minuto estaban los cinco dentro del automóvil, respirando con dificultad después de ese carreron que se dieron a causa de esa granizada.

Anabelle al igual que su madre no dejaron de contemplar por las ventanillas del coche, mientras éste se ponía en movimiento, la fuerza con que estos granizos se dejaban sentir por toda la ciudad. Un vendaval de estos cayendo sin misericordia sobre todos aquellos que transitaban por la ciudad.

─ ¡Dios que horrible! ─ murmuró la Duquesa al contemplar ese inusual efecto climático.

En cosa de minutos muy poco se podía ver a gran distancia y afectaba la visibilidad del lugar. Mientras que las nubes seguían cerrándose más y más sobre toda la superficie. Mostrando un aspecto terrible y a la vez, presagiando lo inevitable…

─ ¡Por Dios! ─ exclamó fue la voz que se escuchó a sus espaldas. ─ ¿Eres tú?

Gradualmente la figura de la rubia se giró despacio y sus profundos ojos azules quedaron viendo fijamente a la persona que estaba frente suyo.

─ ¡Dios! ─ volvió a exclamar esa persona, abriendo sus brazos de par en par. ─ ¡Alesia Brigston en persona!

Los ojos de la Condesa quedaron de piedra al reconocer aquella persona…

─ ¡Camille! ─ balbuceó apenas Alesia.

Y…

─ La misma que viste y calza ─ aseguró ésta. ─ La única y propia. Camille Renout.

El mismo tiempo se congeló y a su paso dejo todo petrificado. Al igual que lo impredecible del clima así mismo, salía a escena la gestora y tiritera de la manipulación hecha persona. El equivalente para una tormenta en su brutalidad es la maldad que se puede hallar en un corazón.

Aras del pasado que hoy se convertía en presente…Tres mujeres y un destino que cumplir.




4 comentarios:

Sayuri dijo...

Amo tus novelas,si se plasmara en la vida real como una serie seria la.mujer.mas feliz.pensaste en mandarlo a alguna editorial?

elisiem dijo...

aaaaaaaaaaaaaaaa mega super genialll, me hiciste el día de verdad, adoro tus historias sobre todo esta, que es mi favorita, se pone cada vez más emocionante aaaa, jejejeje vale la pena esperar las actualizaciones, no me canso de leer, saludos.

susanaivette_ dijo...

feliz por tu historia deceo continuar pronto esta saga y segir con la proxima

Delfi Castillo dijo...

Wow! un grandioso capítulo que casi me saca las lagrimas cuando al fin se dicen todo y cierran ese ciclo de su pasado y dando paso al presente.Esperare con ansias ese reencuentro con la mujer que destruyo sus vidas en el pasado.Saludos...*.* *.*

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