Capítulo 48
Esperándote II parte
─ ¡Bienvenidas! ─ fue
el saludo de una voz que provenía desde el interior de aquella bóveda familiar
o como dirían los más entendidos, un panteón antiguo, muy peculiar por lo demás
y con claras características de una belleza arquitectónica europea.
Aquel llamado fue más
casi un murmullo, un clamor con cierto dejo de lúgubre dado el lugar que se
gestó. Un saludo, una voz, un clamor, un llamado o lo que uno quiera darle por
nombre. No obstante a ello, era la precisa necesidad pospuesta por tantos años,
casi un siglo desde que el último sonido se emitiera desde las cuerdas vocales
y con ella, se extinguiera toda la intensidad de un amor, su potencia, su
belleza, su generosidad y pasión. Todo rastro murió con el murmullo de su
nombre y que sin embargo, quedaría suspendido en el espacio tiempo y las arenas
del mismo, no dejaron que se marchitará y quedase fundido en el polvo mismo del
Seol. Sino que le brindaron una sentencia más justa, más piadosa por así
decirlo. Una nueva oportunidad de dejarles vivir la intensidad de su amor en un
futuro y que éste mismo se gestó en el preciso momento de reencontrarse en
Inglaterra y que precisamente hoy, se cerraba un ciclo de un pasado de tormento
y desolación, abriéndoles las puertas a una venidera dicha siempre y cuando
puedan salvar un último escollo. Su enemiga más acérrima preparaba el camino
para un encuentro decisivo y final. Ahora, era tiempo de abrir por última vez
la puerta del pasado y reconciliar posturas y cerrar viejas heridas.
─ ¡Bienvenidas! ─ se
escuchó nuevamente el saludo desde el interior.
El mismísimo tiempo se
detuvo ante aquellos ojos azules y un nudo apretó su garganta casi hasta el
infinito. En un punto en que los sentidos comienzan a sucumbir y el aire a
desaparecer de todo el cuerpo. Dejándote tan vulnerable que casi se te abren
las mismísimas puertas de la muerte. Del silencio total. Y todo comienza a dar
vueltas en torno tuyo que todo pierde sentido y validez en ese preciso momento
en que te enfrentas a lo más fuerte que puedas soñar o soportar. Una fuerza tan
grande como un torbellino que te arrastra hasta sus entrañas y amenaza con
destruirte.
─ ¡No! ─ fue el grito
ahogado que emitió desde el interior del mausoleo.
Una ráfaga de viento
frio y brutal se dejo sentir en el preciso instante en que el cuerpo de una
rubia iba desplomándose de lleno al suelo.
Segundos después un
manto de escarcha cubrió las paredes de las tumbas aledañas y revestían a los
pinos de un peculiar brillo húmedo que tan solo se puede ver en épocas de
invierno. Atrás quedaron los rastros de otros seres que pudiesen estar
alrededor. Ni una sombra viviente, alma o criatura inferior que pudiese colarse
por aquel sitio. En su lugar, solo se distinguía la silueta de dos personas
semi encorvadas.
En ese mausoleo se
unificaban y reconciliaban pasado y la realidad actual en que dos mujeres
reencarnaron para zanjar un pendiente y que hoy las convocaba para sellar esas
heridas. Por ello, el tiempo se congelo dentro de aquel lúgubre lugar y el
pasado retornó una vez más. Volviéndose a manifestar en sus antiguas
personalidades, vidas y nombre con la cual iniciaron su historia…es decir un
manto de luz cayó sobre ellas mismas y esa estela luminosa causó que no solo
sus memorias recobrasen esos recuerdos sino que brotó de sus propios cuerpos
sus antiguos espíritus y emergieran como…
Una mano se posó sobre
el rostro de aquella rubia y con sus dedos delineó todo su contorno sin dejar
de contemplar, la faz de aquella mujer.
─ No volveré a
renunciar a ti nunca más en la vida ─ murmuró entre dientes, la misma dueña de
esa mano que acariciaba a la otra mujer.
Al mismo tiempo, gotas
cristalinas comenzaron a brotar de sus ojos verde esmeralda como manantiales,
con raudo y precipitado camino sobre su tez trigueña.
─ ¡Al fin mi espera ha
terminado! ─ susurró con la voz quebrada por la emoción de tener devuelta entre
sus brazos el cuerpo de esa mujer que lo fue todo en su vida, en su pasado como
lo era ahora, en su presente.
Tal vez fueron las
mismas lágrimas que caían sobre el rostro de aquella rubia o quizás fuese que
su corazón la hizo despertar de su letargo, que fue abriendo los ojos
lentamente y entre la brumoso de sus ojos en un principio, apenas enfocaba la
fisonomía que estaban frente a ella.
Las pupilas azules,
pronto fueron acostumbrándose a la luz y aquello borroso, se volvió nítido y
pudo ver un rostro conocido de muchas vidas y de una sola a la vez.
─ ¡¿Rowine?! ─ susurró
la joven, cerrando y abriendo sus parpados para cerciorarse que era ella y no un
espejismo cruel. ─ ¿Eres tú?
─ Soy yo ─ contestó la
joven trigueña, sin dejar de verla con ojos cargados de ternura, cariño y de
cierto pavor aún presente. ─ Tú…Rowine.
─ Amor ─ murmuró la
otra, siendo la que elevó su mano a la
altura del rostro de la morena y quién acarició su faz, temerosa en un
principio y ávida, luego. ─ ¿Por qué?
─ ¡Anabelle! ─ fue la
respuesta de la morena.
─ ¿Por qué te fuiste? ─
preguntó Anabelle, conteniendo las lágrimas que amenazaban con brotar de sus
ojos. ─ ¿Por qué me abandonaste?, ¿Por qué me condenaste a vivir un infierno
como el que me sumí con tu partida?, ¿Por qué no confiaste en mí?, ¿No me
amabas acaso?
─ Eras tú ante todo ─
respondió Rowine. ─ No tuve más alternativa.
─ Si yo era tan
importante para ti ¿por qué no peleaste por mí? ─ espetó Anabelle con dolor. ─
¿por qué dejaste que se salieran con la suya?
─ Era muy tarde para
remediar las cosas ─ defendió Rowine ─ Todo estaba en nuestra contra y no nos
iban a permitir estar juntas. Menos ella.
─ Pero nos condenaste al
final de cuentas ─ refutó Anabelle. ─ Tú terminaste condenándome a vivir el
peor de los dolores y estar muerta en vida.
─ ¡Anabelle! ─ exclamó
con pesar Rowine y enderezando a ambas y poniéndose de pie. ─ ¡Perdóname!...No
deseaba lastimarte de ese modo, pero no pude impedirlo.
─ No sabes cuánto
tiempo viví esperando tu regreso, saber cualquier cosa que tuviese relación
contigo que hasta una prenda tuya me hubiese servido de consuelo, como paño de
lágrimas en el cual derramar mi dolor y a la vez consolarme, porque sabría que
era de ti ─ vació su alma en esa confesión Anabelle, como si estuviese siendo
ella misma, la antigua Duquesa XVII. ─ Que tendría tu aroma, tu esencia y que a
la vez, sería el cruel recordatorio de que no estarías más y sin embargo, sería
un vestigio y prueba de que di con tu paradero. Pero no, ni eso tuve, nada,
solo un dolor que jamás me abandonó.
─ Quisiera poder volver
el tiempo atrás para consolar tu corazón, pero no es posible. ─ señaló Rowine,
en cuyo rostro se veían evidenciado, lágrimas que brotaban desde lo profundo de
su corazón. ─ tuve que tomar la decisión más dolorosa de todas y arrastrarte a
ese sufrimiento infinito. ¡Quizás me comporte en forma miserable y egoísta!
Pues al pensar que alejándome de tu vida podría librarte de una desgracia
mayor, terminé por hacer hundirte más. ¡Lo siento tanto!
─ Hubiese preferido
morir de golpe que haber padecido tan lenta agonía ─ murmuró dolida Anabelle,
evidenciando las mismas emociones que vivió tan intensamente tras la partida de
su amor y posando una vez más sus acuosos ojos azules sobre aquellos verde
esmeralda que tanto amó.
─ ¡Anabelle! ─ susurró
Rowine, sin perder de vista esos ojos, estudiándolos detenidamente o mejor
dicho, retomando una acción que solía hacer. Sus pupilas y esa tonalidad. ─ ¡Mi
lucero de Calguiere!
─ ¡¿Aún lo recuerdas?! ─
indagó la Duquesa.
─ Cómo olvidarlo ─ dijo
Rowine, rozando el contorno de sus ojos con su dedo, rememorando esas viejas
vivencias. ─ Has sido mi lucero en las noches más oscuras y solitarias. Mi
consuelo y mi tesoro invaluable.
─ Un lucero que se
apagó con tu partida. ─ mencionó Anabelle. ─ Un lucero sin brillo, sin vida y
sin rumbo.
─ ¡Por favor perdóname!
─ suplicó Rowine. ─ No deseaba lastimarte de ese modo sin que con ello, no
rompiese mi propio corazón con mi exilio. Sufrí en carne propia mis actos, no
volví la mirada y no die pie atrás. Y no obstante, hubo tantas veces que deseé
con toda mi alma regresar, retornar a ti y hacerle frente a todos esos
obstáculos y acabar con los engaños de Vivian. Y de solo recordar su nombre, no
pude, me faltaron fuerzas porque no dejé de pensar en ti y tu porvenir. Me
sumergí en una coraza y cerré las puertas de mi corazón por largos diez años y
aún así, no fue suficiente. ¡Jamás pude olvidarte!
─ ¿Te das cuenta de
cuánto hemos sufrido ambas? ─ preguntó Anabelle. ─ Por no ser capaces de luchar
por nuestro amor y dejar que otros se saliesen con la suya. ¡No teníamos porque
llevar esa cruz!
─ ¡Lo sé! ─ aceptó
Rowine. ─ Nos falto valor en aquel tiempo y dejamos que otros nos manipulasen
de un modo cruel.
─ Rowine ─ llamó
Anabelle.
─ Dime ─ respondió la
joven.
─ He venido a saldar mi
deuda contigo y a pedirte perdón por haberte orillado a un exilio del cual no
merecías. ─ expuso la Duquesa. ─ Yo Anabelle Calguiere, antigua Duquesa XVII,
te pido desde el fondo de mi corazón y con todas sus fuerzas que perdones mi
vida por haberte ocasionado tal dolor con la decisión que te obligaron a tomar
mi madre Henrietta y mi esposo, Jonathan. Discúlpame por no haber luchado lo
suficiente por ti y dejar que mi familia te usará de ese modo a costa de
salvaguardar las apariencias y la fortuna que Vivian nos robó sin miramientos.
Esa no era tu deuda, sino mía. Soy yo la que tiene un compromiso contigo y tus
descendientes por causa de nuestro egoísmo.
En compensación por el
acto tan vil que te sometió mi familia, pide lo que consideres digno y
pertinente para pagar esta afrenta.
Lo que tú desees se te
será dado, nuestra fortuna, tierras, lo que pidas ─ concluyó Anabelle con seriedad.
─ ¡Anabelle! ─ murmuró
apenas Rowine.
─ Antes de que me digas
que no ─ interrumpió la Duquesa. ─ Acepta mis disculpas y las de mi familia.
¡Perdónanos Rowine!
─ Las aceptó de tu
parte ─ hizo hincapié en ello la joven Mcraune. ─ Quiero que sepas que no he
regresado a cobrar revanchas. Al menos no contigo y menos, tu familia.
─ Es justo que tratemos
de recompensar tu pérdida ─ indicó Anabelle. ─ perdiste demasiado por causa
nuestra.
─ Anabelle ¿Aún no lo
entiendes verdad? ─ inquirió Rowine. ─ Regresé a la vida por dos razones y en
nada tienen que ver con riquezas que pertenezcan a tu familia.
─ Entonces, dime ─
instó la joven Calguiere. ─ ¿Cuáles son esas razones?
─ Nosotras dos no
reencarnamos por que sí ─ aclaró Rowine. ─ vinimos una vez más a la vida a
terminar con nuestra historia y darnos esa oportunidad que nos arrebataron.
Hacerle frente a nuestra adversaria y poder ser felices en esta única vida que
hoy tenemos. ¡A eso vine! A darnos esta nueva oportunidad que nos ofrece el
destino.
─ ¡Tienes razón! ─
admitió la joven Duquesa. ─ Nos hemos reencontrado para ser felices de una vez
por todas. Acepto tu voluntad y de mi parte, daré todo cuanto está en mí por
concretar ese deseo tuyo, mío, nuestro.
─ ¡Así debe ser! ─
apoyó Rowine, acercándola a su pecho y expresando de la única forma, el
sentimiento que aún yacía muy dentro suyo. ─ Es hora de recompensar nuestra
nueva vida y para ello, debemos cerrar y sellar el pasado.
─ De acuerdo ─ convino
Anabelle, descansando el pecho de su viejo amor.
─ Ahora necesito que
leas una carta que deje para ti ─ mencionó Rowine, apartándose de la joven
Calguiere.
─ ¿Una carta? ─
preguntó Anabelle. ─ Pensé que me la habías dado con el mensajero.
─ Eso fue en el momento
de mi partida ─ señaló Rowine.
Dentro de sus ropas
extrajo una llave con la cuál abrió la pequeña bóveda que estaba a un costado y
resultó ser la de su sirviente. Tras correr la tapa y sacar del compartimento
adjunto a los restos de su sirviente. Tomó el cofre con las cartas allí
guardadas.
─ Fue el mejor
sirviente y amigo que tu madre, Henrietta, dispuso para mí y que le estoy muy
agradecida ─ mencionó Rowine, al pasar
su mano sobre el recipiente con las cenizas de aquel compañero de viaje y de
vida. ─ hasta el día de hoy guardó con celo, mi única herencia y testimonio de
mi vida.
─ Al igual que tú, él
renunció a su vida ─ convino Anabelle, al posar la mirada sobre el nombre de la
cripta.
─ Fue un hombre de una
generosidad absoluta ─ confesó Rowine ─ y de una lealtad que no he visto en
persona alguna.
─ Comprendo ─ dijo
Anabelle sin más que decir, porque era verdad, nadie cercano a ella, fue fiel o
leal como el sirviente que Rowine tuvo. ─ Has sido afortunada de tenerle, yo
hubiese dado la mitad de mi fortuna por tener a una persona como él. Sólo tuve
conspiradores a mi alrededor, egoístas, avaros y desalmados. Mi vida entera
giró en torno a personas con dobles intenciones.
─ Anabelle, en el mundo
en el que te desenvuelves siempre tendrás que lidiar con personas trepadoras
socialmente. Otros te buscaran por tu fortuna y el prestigio de estar
codeándose en un circulo muy cerrado como es la nobleza ─ indicó Rowine. ─ Y
solo unos pocos se interesaran en ti, en quién muestras ser, una mujer como
todas. Un ser humano más y no un adorno o trofeo con la cual lucirse ante la
sociedad, las cámaras y cuanto evento social lo requiera.
─ Es el precio que debo
pagar por haber nacido dos veces en cuna de nobles y dentro de la misma familia
─ repuso la propia Duquesa. ─ No es nada fácil estar siempre en recelo y
cuidándote de cuántos se acercan a ti. De estar siempre expuesto al escrutinio de todos.
─ Dos veces tropiezas
con la misma piedra, Anabelle. ─ señaló la joven Larson o Rowine. ─ Dos veces y
el mismo destino. Debes asumir o cambiar el curso de éste.
─ ¿A qué te refieres
con eso? ─ preguntó con suma curiosidad ésta. ─ ¡Explícate!
─ Que está en tus manos
cambiar ese destino y el precio que tienes que pagar, según lo que tú misma has
dicho─ aclaró Rowine. ─ Tú decides si continuar por esa senda o dar un paso al
costado y darle sentido a esta nueva oportunidad de vivir la vida como un
mortal más.
─ ¿Estás insinuando que
renuncie a mi título? ─ inquirió de lleno, Anabelle.
─ No insinuó, solo te
hago ver los caminos que tienes por delante ─ expuso Rowine. ─ Nadie puede estar
atado a algo que no desea, que le hace más mal que bien.
Aquellos ojos del color
del cielo quedaron viendo fijamente a la joven, viendo en la profundidad de la
otra, alguna señal que le dijese que estaba frente a la misma mujer que amó,
porque le parecía tan extraño oírla proponerle un hecho de esa magnitud. Y sin
embargo, a pesar de la conmoción de lo dicho, no dejo de reconocer cierta
verdad en sus palabras.
─ Dejemos este tema
para otra ocasión y ocupémonos de lo que realmente es importante en este
momento. ─ dijo Rowine, pasando una de las cartas que contenía aquel cofre. ─
Por favor ten la amabilidad de leerla.
Anabelle, dejo de lado
sus cavilaciones sobre lo dicho por su prometida y recibió de las manos de la
misma, aquella carta escrita del único modo en que se hacía en aquel tiempo con
tinta y pluma. La cogió en sus manos y quito el sello que llevaba. Desdobló
aquel papel y al instante de posar sus ojos sobre las líneas que yacían en ese
rectángulo de celulosa elaborada en papiro. Reconoció la escritura propia de su
viejo amor, puesto que su caligrafía tenía cierta curvatura que era en un
estilo muy inglés. Limpia y perfecta en cada uno de sus trazos.
Sus ojos buscaron
ávidos el sentimiento y la verdad impresa en esa hoja que le diría lo sucedido
en aquel tiempo en que estuvieron a ciento de kilómetros lejos la una a la
otra. De inmediato procedió a su lectura…
Anabelle, el tiempo ha
sido inexorable en su paso y ya van cinco años desde que me alejara de tu lado
rumbo al exilio y muerte de mi propio corazón. No ha habido un solo día en que
no te recuerde con dolor y añoranza de tener la fortuna sublime de poder
contemplar tu rostro. Tener la dicha de perderme en aquellos luceros del cielo
mismo en su tonalidad, volver a ver a mi lucero de Calguiere.
Tanta necesidad, tanto
anhelo, tanta hambre hay en mí de ti que por largura de días siento que agonizo
infinitamente hasta llevarme al mismo borde de la locura, puesto que solo es un
fantasma tu recuerdo, una sombra que me persigue sin piedad y que aunque así lo
quise yo, no sabes cuánto me duele, cuánto me destroza y carcome por dentro
haber tomado tan nefasta decisión porque no hay consuelo para tanto dolor, como
tampoco un bálsamo que cierre lo profuso de las heridas del corazón.
Soy un alma en pena y
por más que me esfuerzo en salir a dar todo de mí por revertirlo, ha sido el
más grande calvario día con día y noche tras noche.
Me pregunto en estos
momentos en ¿cómo estás tú?, ¿qué ha sido de tu vida lejos de mí?, ¿has podido
olvidarme y olvidar nuestro amor? Sé que no tengo derecho alguno en preguntarlo
al tiempo, a Dios, y mucho menos a ti; después de que de haber cometido la
acción más vergonzosa de todas y la más cruel de todas; porque un amor
verdadero no merece este pago, está falta de valor y cobardía de mi parte aunque
fuese por tu propio bienestar y felicidad.
Ha sido tan duro el
destierro y aunque no me quedan fuerzas para oponerme al destino que se trazó
para nosotras ¿qué puedo hacer con este sentimiento que no me deja? Con un
corazón que se resiste a olvidarte; a sacar tú nombre de sus profundidades y me
hace sentir el ser más miserable de todos con constantes flagelos de hielo y
vacio que parecen arrancarme el deseo de vivir. Que atormentan mi razón hasta
el punto de enloquecer por las noches y llorar en el día. No hay consuelo para
tanta pena, tanta necesidad y anhelo de ti. ¡Es el precio que debo pagar por
haberme atrevido a abandonarte sin tu consentimiento!
No hay un mísero
momento de paz o consuelo para mi alma, que te llama a gritos y que no se
permite dar cabida a ninguna otra persona que ose ocupar tu lugar. Y aunque lo
hubiese en años posteriores, sería incapaz de desplazarte de tu lugar y
posición en este mi corazón, que llora día y noche por tu presencia; y anhele
volver a verte tus hermosos ojos, ¡mi tan amado lucero de Calguiere!
Dicen que el tiempo y
la distancia todo lo cura y borra de la memoria. Y sin embargo, no ha sido mi
caso y si lo conseguirá con el correr del tiempo. Lo único verdadero en este
minuto y en esta lejanía, es que nada puede consolarme y llenar este vacío tan
abrasador.
Si pudiera al menos
verte una sola vez más. ¡Créeme que moriría en paz! Pues viviría por ese
momento.
La única ilusión que
me queda en la vida y en ella desgarro mi esperanza, es suplicarle a Dios, el
creador, nos conceda la oportunidad de volvernos a encontrar en una nueva vida
y poder al fin ser felices porque no habría mayor dicha que saberme tuya una
vez más y darte todo lo que se nos fue negado.
Todo lo que aquella
mujer que por años permaneció en las sombras de la manipulación y el engaño,
disfrazando la nobleza de la amistad con la más burda de las hipocresías. Esa
mujer que utilizó todos los medios y
personas que fuesen necesarios para conseguir su fin al punto de involucrar a
su propia sangre. Sus fechorías son tan bastas como el mismo manto de estrellas
que cubren el firmamento por las noches. ¿Me pregunto si podrás algún día
conocer la verdad de los hechos y desenmascarar al verdadero culpable de
nuestra desgracia? Una que estuvo con nosotras por tanto tiempo y que albergó
sentimientos tan viles dentro de su corazón que se volvió podredumbre en su
sangre, en su vida y en su entorno. Aquella que por años se mantuvo junto a ti
como la amiga de infancia que en nombre de la amistad y hermandad juro cuidarte.
¡Cuánta falsedad de su
parte! Nunca supo lo que esa palabra significa y solo te vio con ojos de
codicia y egoísmo.
¿Pudieras imaginar las
cosas que dijo e hizo? La suma de dinero que lanzó a mis pies por el precio de
tu amor y al saber rechazada su despreciable oferta no cejó de buscar la forma
para apropiarse de tus bienes y ser el único medio para doblegarme y poner tu
bienestar en peligro. Obteniendo su recompensa al final de cuentas.
Poco antes de partir y
actuando en las sombras como siempre, envió a un grupo de mercenarios a darme
muerte cuanto ya estaba próxima a subir al navío que me llevaría a tierras en
la península itálica y que si no hubiese por el pronto auxilio de mi sirviente
que abrazó a una mujer desconocida que vestía ropajes muy similares a los míos,
hubiese encontrado la muerte a manos de ese puñal.
Anabelle, no bastó con
apartarme de tu lado sino que en todo momento deseo mi muerte por sobre todas
las cosas y es algo que no puedo olvidar como tampoco perdonar y no habrá un
instante en que no desee cobrar revancha a Vivian por todo lo que nos hizo ya
sea en esta vida o en otra. Pero estoy segura que mi anhelo se cumplirá y más tarde que nunca
nos volveremos a ver las caras y esta vez, no dejaré que vuelva a tener éxito.
Yo volveré a la vida y
ese será el principio del fin para aquella mujer que me desgracio y condenó a
vivir un exilio sin ti. Y deseo fervientemente que tú también tengas el
privilegio de volver. Aunque solo sea para verte una sola vez, con ello será mi
regocijo.
Espero puedas recordar
nuestra historia y lo que dejamos pendiente, una sola vez más tener la dicha de
contemplar tus ojos y decirte que te amo con todas las fuerzas de mi ser y que
la espera por tu amor ha valido la pena ante tanto sufrimiento.
No vayas a olvidarme
amor mío que yo no lo haré nunca y me dormiré en el sueño de la muerte con tu
nombre en mis labios y la promesa de volver a vernos.
Que estás líneas
puedan llegar a tus manos y sino a
algunos de tus descendientes para que sepan que el amor de tu vida nunca de
dejo de pensarte y añorarte con toda el alma.
Solo espera por mí,
Anabelle, yo regresaré a ti.
Tuya hasta la
eternidad
Rowine Mcraune.
Al finalizar de leer aquella carta dejada por el amor
de su vida, la actual Duquesa de Calguiere no pudo evitar vaciar su alma sobre
aquella hoja y unas cuantas gotas cayeron sobre su superficie evidenciando el
sentir que le provocó esa misiva.
Levantó muy despacio su
rostro y clavó la mirada frente a la mujer que tenía enfrente. Sus acuosos ojos
azules hablaban claramente por sí solos lo que significó encontrarse con los
últimos sentimientos y deseos de la mujer que en la otra vida fue su verdadero
amor.
─ Esa promesa se ha
cumplido…Rowine ─ murmuró con la voz quebrada Anabelle.
─ ¡Así es! ─ correspondió
ésta y tendiendo su mano en dirección de la joven Duquesa y prometida, añadió. ─
Es hora de saldar cuentas con el destino y reclamar nuestro derecho a ser
felices.
¡Por fin se volvían a
reencontrar en un abrazo añorado por muchísimo tiempo! ¡Al fin podrían a
comenzar a cerrar sus heridas! Porque ese abrazo no solo encerraba un deseo del
pasado sino que además era la forma en que ambas también se perdonaban una a la
otra por causarse un daño que les costó las ganas de volver a sonreír.
El lugar guardó
silencio por el reencuentro de las antiguas amantes y solo vino a ser
interrumpido cuando…
─ Y también de nosotros
los Calguiere en saldar nuestra deuda contigo ─ se escuchó decir a espaldas a
las chicas a una inconfundible voz de mujer.
Ambas muchachas se
giraron despacio para encontrarse de lleno con la figura inconfundible de la
Anette Calguiere y los padres de Raniel. Que se encontraban sobre la pequeña
escalinata del mausoleo a unos pasos del umbral de éste mismo. Quienes
sigilosamente se fueron acercando y procurando no interrumpir aquella
conversación final y habían permanecido al margen de ello por unos breves
momentos.
─ ¡Madre! ─ exclamó
Anabelle.
Fue la Duquesa madre,
mejor dicho; antigua Duquesa. Quién dirigió sus pasos en dirección en donde se
encontraba el eslabón perdido del clan Mcraune. Acortando la distancia entre
ambas, posó una de sus manos sobre la mejilla de Raniel mientras que con la
otra presentaban un legajo de cartas en manos de la muchacha.
─ Yo, Anette Calguiere Spencer, vengo en nombre de
mi antecesora a enmendar un error imperdonable y una deuda infinita contigo
Rowine Mcraune. ─ señaló con la rubia mujer cuyas lágrimas comenzaban a fluir
de sus ojos. ─ ¡Por favor perdónanos por la infamia a la que te sometimos!
─ ¡Anette! ─ balbuceó
en una primera instancia la joven y en un abrir y cerrar de ojos, aquella aura
presente en ambas protagonistas se esfumó y fue ahora, el turno como Raniel, en
responder. ─ No has sido tú, la responsable de nuestra desgracia y tampoco del que
fuese mi exilio.
─ Sin duda que no ─
respondió la antigua Duquesa y aún con la congoja viva tras lo escuchado
minutos antes, procedió en decir. ─ Y sin embargo, soy descendiente de
Henrietta, quién provocó con su cobardía aquel exilio que les costó a ambas el
poder ser felices.
─ ¿Entonces estás al
tanto de lo sucedido en el pasado? ─ preguntó con una curiosidad medida pero a
la vez expectante.
─ Así es ─ contestó
Anette.
─ ¿Desde cuándo? ─
volvió a preguntar Raniel con un rostro analítico. ─ ¿Y cómo?
─ Primeramente tengo un
socio de muchos años y por medio de éste estuve meramente en conocimiento de la
desaparición de un pariente suyo. ─ refirió Anette y luego, señaló el legajo de
cartas que entregará a la joven. ─ Y hace unos cinco años tuve la fortuna de
hallar una de las habitaciones que había sido ocultada tras una pared falsa. En
ese lugar encontré muchos documentos que relacionaban a Henrietta con un
desfalcó económico a manos de Vivian Brigston. Junto con ello, estaban esas
cartas que mi antecesora dejase como testimonio a sus descendientes de los
ardides que dicha joven había provocado.
Ella expuso cada
situación en la que se vio involucrada e incluso la extorsión en que se vio
envuelta. Dando como resultante el exilio permanente de la hija de Enios
Mcraune.
En dichas cartas podrás
hallar su verdad y también corroborarás el compromiso que tenemos sus
descendientes para con la familia Mcraune y contigo misma.
Esto no es una deuda
pasada e individual de la antigua Duquesa Henrietta Calguiere sino de todo el
linaje Calguiere. Tenemos el deber de reparar aquella afrenta provocada por
nuestra antecesora y eso ha sido en las últimas cinco generaciones y mis
propios descendientes están obligados a cumplir esta voluntad contraída ante la
mismísima reina desde ese entonces.
Por este motivo, al
asumir una nueva Duquesa, es recibida por su majestad y recordada su deuda para
con una de las familias antigua de Londres. Lo que nos obliga cada cierto
tiempo en darle a conocer progresos en dicha tarea.
Has de saber que no
solo lo hacemos por petición de su majestad sino por el deseo propio de
concluir una labor que nos permitan quitarnos la vergüenza que por muchos años
hemos llevado a cuestas─ concluyó con sus argumentos Anette. ─ Nuestra familia
está en deuda contigo desde hace mucho tiempo. ¡Acepta que saldemos esta
afrenta! Es un asunto de honor lo que nos obliga hacerlo ante todo.
Raniel, escuchó con
mucha atención la explicación que le diere Anette y concluyó rápidamente que
habían estado ocultando cosas sobre su vida pasada al igual que lo hicieran con
Anabelle. Esto provocó un amargo sabor en su boca y en parte le dolió más de lo
que deseaba reconocer. Su mirada al instante volvió a cambiar oscureciéndose
mucho lo que no paso desapercibido no solo para Anette como su hija sino que
para los padres de la joven Larson.
─ ¡Hija mía no saques
una conclusión basada solo en tu perspectiva! ─ se apresuró en decir a Emanuel.
─ danos el beneficio de la defensa de nuestros actos y juzga tú con
imparcialidad, te lo pido.
La joven Larson, desvió
su mirada hacia su derecha y contempló el semblante de su padre en busca de una
señal que le desmintiera un punto que creyó oír mal.
─ ¿Sus actos? ─
inquirió confundida Raniel. ─ ¿he oído mal padre?, ¿ustedes también sabían de
estas cartas?
─ Por supuesto, al
menos las que has descubierto en las urnas del sirviente. Esas sí ─ respondió
Emanuel con honestidad y develando también su verdad. ─ Este no solo ha sido tu
legado sino que también el nuestro, el de los Larson. Se dio instrucciones a
todo el mayor o descendiente de la familia mantener resguardada la memoria y
voluntad de Rowine en caso de nacer en el seno familiar una niña, que tuviese
sus características y que pudiere ser su reencarnación.
Para nosotros no nos
fue nada fácil ver que nuestra única hija viniese con una carga tan grande y
que el peso de los recuerdos afectará tan gravemente su salud. Por lo que tu
madre y yo decidimos llevarte con un especialista y fuimos comprendiendo que
podías ser tú ese eslabón del que se nos hablase.
Jamás hubiésemos
imaginado que al viajar a Inglaterra hallases a quién en la otra vida fuese tu
antiguo amor.
Solo dejamos que
viajases con el único propósito que fueras aliviándote de tus tormentos y se
esclareciesen algunas cosas sin que
pusiera en riesgo tu vida.
Cuando nos hablaste que
habías descubierto que la joven de tus bocetos existía y que te habías
enamorado de ella. Comprendimos que el destino se había encargado de volver a
unirlas.
Poco después recibimos
la invitación de Anette para celebrar sus segundos votos antes del casamiento y
decidimos participar de esa tradición y además, de constatar que los hechos
fuesen tal cual y de paso conocer la verdad que encerraba la familia Calguiere
y que gentilmente los padres de tu prometida nos fueron revelando.
En dicha instancia,
también tuvimos el placer de conocer a uno de los descendientes de tu familia y
que por largos años ha añorado y acariciado el sueño de volver a reencontrarse
con su ser amado.
Ahora puede comprender
que ninguno de nosotros hemos deseado ocultarte los hechos sino mantenernos en
espera del tiempo justo en que tu memoria y la de Anabelle, aflorasen por
completo para ponerlas en conocimientos del legado dejado por ti misma en el
pasado como la voluntad de Henrietta ─ acabo de finalizar Emanuel su explicación.
─ Con esto, tienes las dos versiones de un mismo asunto. Ahora puedes sacar una
conclusión con total imparcialidad. Nosotros hemos cumplido para contigo. No
nos resta nada más que decir.
Raniel, por primera vez
fue casi inmutable en sus expresiones faciales y su mirada se mantuvo centrada
en ver la retina de los ojos de su padre.
─ Amor, ellos tienen
razón en sus acciones ─ intervino Anabelle a favor de ambos padres. ─ E incluso
yo estuve investigando algunas cosas con Alesia cuando caíste enferma en casa y
créeme que puedo comprender sus temores porque también los viví y por eso,
callé lo que habíamos descubierto con mi prima. No es fácil guardar silencio
solo tenía que llegar el tiempo propicio para ello y hoy justamente se dan
todas las cosas a favor nuestro ¿no te parece a ti?
─ No puedo mentir en
que me disgusta que se me oculten cosas, pero que también me hago a la idea de
sus razones ─ confesó Raniel, suspirando resignada a los hechos. ─ Es también
mi deseo en darles conocer que es algo que arrastro conmigo desde la otra vida.
Me indigna el engaño y la mentira es a lo que me orilló Vivian y no quiero
volver a sentirme burlada y llevada al extremo de no tener salida ante los
hechos. ¡Por favor entiéndanme!
─ Comprendemos mejor
que nadie, tu sentir hija mía ─ aseveró Emanuel sintiendo mas alivio al salvar
un gran escollo. ─ Me gustaría que conversáramos estando en casa. Este no ya no
es buen lugar; más que para dejar descansar el pasado y dar comienzo a una
nueva vida.
─ Pienso igual que tu padre, Raniel ─ concordó
Anette, esbozando una sonrisa de alivio. ─ hay mucho que leer y meditar. Y
otras cosas de las que debes estar al tanto.
─ ¡De acuerdo! ─ aceptó
los hechos Raniel y viendo los ojos de su prometida. ─ ¿tú qué dices Anabelle?
─ Que es una buena
ocasión de tratar en un tema en familia sin la sombra del temor en que pueda
afectar tu salud ─ repuso la misma Duquesa.
─ ¡Vayamos entonces! ─
convino la propia Raniel viendo al resto. ─ hay mucho que hablar sobre los descendientes
de la familia Mcraune.
─ Sin duda que sí,
Raniel ─ concordó Anette y viendo a su hija, añadió con cierto desprecio. ─
Además, hay algo delicado que mi hija debe conocer con respecto a su ex novio,
si se puede llamar de ese modo a tu antigua pareja sentimental.
─ ¿Qué sucede con
Robert? ─ inquirió Anabelle sin dejar de ver a su madre.
─ En casa y en su
momento hija mía ─ repuso Anette ─ primero es lo primero. Cerrar el pasado para
luego, solucionar el presente. De una cosa a la vez.
─ Como tu digas madre ─
ahora fue el turno de aceptar los hechos para Anabelle.
─ Tengan la bondad de
permitirme cerrar este mausoleo ─ señaló Emanuel. ─ Por cierto ¿cómo fue que lo
abrieron sin la llave?
─ Digamos que el
universo confabuló con nosotras, padre ─ explicó a modo de respuesta Raniel. ─
Sabes que hay cosas que nunca podrán ser aclaradas.
─ Sin duda ─ contestó
su padre, tras permitir. ─ El misterio será misterio hasta que por sí solo se
devele.
Emmanuel tras permitir
que los demás pusieran los pies fuera de ese mausoleo. Juntó ambas puertas y
puso un nuevo cerrojo. Con ello, dio vuelta la hoja en la vida de su familia y
se cumplía a cabalidad con los deseo de aquella joven inglesa que en el lecho
de muerte puso por testamento lo más insólito que se pudiera pedir a un
hijo…Dar esperanzas a un futuro incierto.
─ Como tú descendiente
de ese único hijo que tuviste, he cumplido con tus deseos ─ murmuró Emmanuel
tan bajo que ninguno pudo oír esa pequeña oración. ─ Pueda descansar tu memoria
y utilizar este regalo del destino y que en mi hija hagas realidad tus sueños.
Aquellos mismos ojos
esmeraldas se posaron en la figura de su padre y acortó la distancia entre
ambos, abrazándolo fuertemente y cerca de su oído, dijo…
─ Gracias ─ susurró
despacito Raniel.
Aquel hombre, abrió sus
ojos con tal asombro porque intuyó que fue una clase de poder sensorial más
allá de la razón y correspondió al gesto de su hija, estrechando a la menor de
sus hijos, mostrando todo su cariño.
─ Solo sé feliz y no
pierdas esta oportunidad ─ dijo Emmanuel.
─ No dejaré esta
ocasión para ser feliz junto a Anabelle ─ señaló Raniel, al separarse de su
padre.
─ Así debe ser ─
coincidió su padre. ─ Es una excelente mujer. Independiente a que ustedes
vengan reencarnadas. Se nota que te ama muchísimo por la forma en que te mira.
─ Yo igual la amo
demasiado ─ señaló Raniel, tomando de la cintura a su prometida. ─ No puedo
concebir mi vida ya sin ella. En su amor tengo todo lo que necesito.
─ Tú también eres mi
todo para mí y no necesito nada más ─ mencionó Anabelle, viendo con ojos de
enamorada y arrobada su pareja. ─ El volvernos a encontrar es la máxima fortuna
que un ser humano puede obtener. Y no saben ustedes, lo que daría por
resguardar este tesoro siempre conmigo.
─ Anabelle ─ susurró
emocionada Raniel, que se abrazó más a la cintura de su novia como quién se
funde a su costado.
─ Mi princesa ─ murmuró
la Duquesa y alzando el mentón de su prometida, depositó un pequeño beso, para
añadir. ─ No dejaré que nada ni nadie nos vuelva a separar.
─ ¿Ni siquiera ella? ─
preguntó Raniel, recordando a su oponente del pasado.
─ Mucho menos ella ─
acordó Anabelle, viendo la profundidad de esos ojos esmeralda. ─ No te quepa la
menor duda en mis palabras. Esta vez no le consentiré a la reencarnación de
Vivian, que me aleje de tu lado. No soy la misma Anabelle Calguiere del pasado.
Así como detestas la mentira por su causa, así mismo yo arrastro cadenas de
temor al abandono por culpa de esa vieja amiga de antaño. Esta vez no vamos a
permitirle que se salga con la suya, primero le mato antes de que consiga su
objetivo.
─ ¡Anabelle! ─ exclamó
Raniel, sopesando el tenor de aquellas palabras. ─ No ensuciaras tus manos en
una mujer como esa. Hay muchas formas de sacarla del juego sin rebajarse al
nivel de su calaña.
─ Estoy plenamente de
acuerdo con Raniel ─ interrumpió seria Anette. ─ Tú no eres del mismo nivel que
esa mujer y no mancharás tus manos con una escoria como esa. Eso no lo
consentiré de ningún modo. Desde ya les prevengo que esa mujer es más cercana a
ustedes de lo que ustedes se piensan.
─ Madre… ¿De quién se trata? ─ quiso indagar
Anabelle. ─ como tu sucesora e hija, te exijo que me lo digas. No puedes callar
un hecho de esa índole.
─ Hija no insistas, fui
bien clara contigo que llegando a casa de los padres de tu prometida
hablaríamos del tema ─ respondió muy seria Anette. ─ No deseo sembrar en
ustedes más angustias y lo único que debe quedarte claro en este momento al
igual que a Raniel, es que no dejaré que arruines tu vida por una mujer como
esa tal Vivian. Solo ten un poco más de paciencia es todo lo que te pido.
─ Será como tú digas,
madre ─ aceptó a regañadientes Anabelle y solo las caricias de su prometida
lograron aligerar un poco el disgusto que sintió por no saber la verdad.
─ Esperemos un poco más
amor. ─ Animó cariñosamente Raniel tras observar el semblante de su pareja. ─
solo un poco nada más.
─ Ok ─ dijo cortante
Anabelle, aspirando fuerte para templar su carácter.
─ Será mejor que
apresuremos el paso ─ indicó Emmanuel viendo a su esposa y la madre de su
nuera.
─ Es verdad ─ acotó
Fabiola, viendo los cielos. ─ se nos avecina un aguacero y por las nubes, es
uno de los grandes. Creo que deberán postergar por hoy la ida a la universidad.
─ ¡Cierto! Sara quería
que zanjáramos en la tarde ese asunto. ─ mencionó Raniel
─ ¿Por qué no podrán
hacerlo? ─ preguntó al mismo tiempo Anabelle como su madre, Anette.
─ Por la formación de
nubes habrá una tormenta eléctrica dentro de muy poco junto con una lluvia de
granizo que a veces son más grande del común y afectan mucho el sistema de
energía de la ciudad ─ explicó Emmanuel. ─ Por lo que se paralizan un poco la
ciudad a causa de este fenómeno climático.
─ ¿Y eso dura mucho
tiempo? ─ insistió Anabelle. ─ lo digo porque se supone que hay una reunión
pauteada con un decano que recibiría a las chicas y ver el asunto de la beca de
Raniel y el cierra del semestre de Sara. No veo que tenga mucha relación con el
sistema energético de una ciudad.
─ Comprendo tu
posición, Anabelle ─ respondió Fabiola. ─ Pero lo que mi esposo quiso decir es
lo siguiente. Esta tormenta no es algo que se vea siempre solo cuando entramos
a otoño cuando se presenta y dura un buen par de horas por lo que cierran
universidades y colegios para que el alumnado se vaya a casa temprano porque hace
dos años, tuvimos que lamentar la muerte de dos alumnos a causa de ese
fenómeno. No somos una ciudad preparada para ese tipo de cosas y solo buscan
resguardar a la ciudadanía.
─ ¡Ya veo! ─ exclamó la
Duquesa. ─ tendremos que esperar hasta mañana entonces.
─ No puede ser de otra
forma ─ expuso Emmanuel justo que alza su rostro al cielo y se deja sentir los
primeros copos de agua congelada. ─ ¡Ya comenzó a granizar! Vamos a casa rápido.
─ ¡Vamos chicas
apresuren el paso! ─ instó Fabiola y entregando una mantilla a la madre de la
Duquesa. ─ Esto te cubrirá un poco Anette. Suelen ser muy molestos.
─ Gracias ─ respondió
Anette. ─ Veo a lo que te refieres. Son bastantes grandes y persistentes.
─ Ha habido unos del
porte de una pelota de pin pon ─ señaló Fabiola.
─ ¡Tienen un clima
impredecible! ─ indicó Anabelle a su prometida, mientras era arrastrada a gran
velocidad y su vez, se cubría con la mano su cabeza de esos granizos.
─ Es lo hermoso de
vivir en esta tierra austral ─ mencionó con dicha Raniel. ─ Todo puede suceder.
─ ¡Si tú lo dices
princesa! ─ dijo en forma sarcástica Anabelle, que ya se resentía un poco con
tanta pelota de nieve que les caía encima.
─ ¡Aprisa chicas! ─
demandó Emmanuel, antes de llegar al vehículo que estaba estacionado casi al
frente del cementerio. ─ Un poco más.
No hubo necesidad que
se los volviera a repetir porque ambas casi volaron hasta llegar el coche y
subirse más que raudas. En menos de un minuto estaban los cinco dentro del
automóvil, respirando con dificultad después de ese carreron que se dieron a
causa de esa granizada.
Anabelle al igual que
su madre no dejaron de contemplar por las ventanillas del coche, mientras éste
se ponía en movimiento, la fuerza con que estos granizos se dejaban sentir por
toda la ciudad. Un vendaval de estos cayendo sin misericordia sobre todos
aquellos que transitaban por la ciudad.
─ ¡Dios que horrible! ─
murmuró la Duquesa al contemplar ese inusual efecto climático.
En cosa de minutos muy
poco se podía ver a gran distancia y afectaba la visibilidad del lugar.
Mientras que las nubes seguían cerrándose más y más sobre toda la superficie.
Mostrando un aspecto terrible y a la vez, presagiando lo inevitable…
─ ¡Por Dios! ─ exclamó
fue la voz que se escuchó a sus espaldas. ─ ¿Eres tú?
Gradualmente la figura
de la rubia se giró despacio y sus profundos ojos azules quedaron viendo
fijamente a la persona que estaba frente suyo.
─ ¡Dios! ─ volvió a
exclamar esa persona, abriendo sus brazos de par en par. ─ ¡Alesia Brigston en
persona!
Los ojos de la Condesa
quedaron de piedra al reconocer aquella persona…
─ ¡Camille! ─ balbuceó
apenas Alesia.
Y…
─ La misma que viste y
calza ─ aseguró ésta. ─ La única y propia. Camille Renout.
El mismo tiempo se
congeló y a su paso dejo todo petrificado. Al igual que lo impredecible del
clima así mismo, salía a escena la gestora y tiritera de la manipulación hecha
persona. El equivalente para una tormenta en su brutalidad es la maldad que se
puede hallar en un corazón.
Aras del pasado que hoy
se convertía en presente…Tres mujeres y un destino que cumplir.
4 comentarios:
Amo tus novelas,si se plasmara en la vida real como una serie seria la.mujer.mas feliz.pensaste en mandarlo a alguna editorial?
aaaaaaaaaaaaaaaa mega super genialll, me hiciste el día de verdad, adoro tus historias sobre todo esta, que es mi favorita, se pone cada vez más emocionante aaaa, jejejeje vale la pena esperar las actualizaciones, no me canso de leer, saludos.
feliz por tu historia deceo continuar pronto esta saga y segir con la proxima
Wow! un grandioso capítulo que casi me saca las lagrimas cuando al fin se dicen todo y cierran ese ciclo de su pasado y dando paso al presente.Esperare con ansias ese reencuentro con la mujer que destruyo sus vidas en el pasado.Saludos...*.* *.*
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