Aras del pasado, capítulo 47
En una fría calle no muy transitada de Londres, en
un día extraño para todos. Hacía frío y
a la vez estaba cargado de mucha humedad que trajo esa brisa costera que
penetró como aquel escabullido delincuente que ingresa amparado por las
sombras; así, entró al corazón de la capital londinense esa humedad vestida de
neblina.
En ese preciso lugar, deambulada él único
transeúnte que por esas horas paseaba por la desolada callejuela. Tenía todo el
aspecto de no importarle ni la soledad como tampoco el frío calador que se
ahuecaba entre sus huesos. Pocos se
aventuraban a salir tan temprano en un día de descanso y menos que pudiesen ser
sorprendidos por algún malhechor que estaba a la espera de un osado o
imprudente ciudadano para robarle o quizás obtener otro tipo de pago.
Nada de eso parecía importarle a esa única persona,
que caminaba a un ritmo pausado como meditando en cada paso que se daba; si con
ello puede tener control sobre el mismísimo tiempo. Envuelto en un largo impermeable
a mal traer; descolorido en varias partes y algo raido por así decirlo y que le daban ese aspecto de los bajos mundo
del antro. Pero que sin duda, lo mantenían guarnecido de la persistente y
fastidiosa llovizna que suele mojar más de lo que hace un aguacero imprevisto.
Como decimos estaba lejos de perturbarse ya sea por
la llovizna como lo solitario del lugar por donde transitaba. Era un sujeto que
a distancia se notaba de una estatura promedio bordeaban quizás el 1.70 a un
poco más. De contextura ni muy delgado como grueso sino una tipo relativamente
simétrico para su porte. De su cabellera poco podemos decir ya que se
resguardaba en un gorro de lana, de esos tejidos por las abuelas en época de
invierno. Su rostro poco se podía distinguir, sí lucía algo pálido y con
manchas que podrían ser pecas al parecer. De lo demás, se podría decir que con
un apresurado juicio que era un sujeto andrógeno en sus facciones, porque no se
podía decir a ciencia cierta si era hombre o mujer. Su caminar tampoco ayudaba en definir su
género, puesto que no había ni finura y menos brusquedad al andar que dijese de
quién se trataba.
El sujeto mantenía la mirada fija en el trayecto,
una mirada dura y fría de las que suelen tener las personas que no muestran
remordimiento alguno en cometer un delito, que nacieron para ello y lo
concretaran al precio que sea.
Así continuó su camino por unos varios metros más
sin alteración alguna y de pronto, un ruido interrumpió aquella rutina. Metió
su mano en el bolsillo de su abrigo y sacó un aparato de celular. Observó el
número y procedió a contestar.
─…─ el sujeto solo procedió a escuchar y no habló
por el momento.
─ ¿Vendrá? ─ preguntó una voz titubeante al otro
lado de la línea.
─ Estoy llegando al lugar de encuentro ─ comunicó el
sujeto.
─ Que bien, pensaba que se había retractado del
acuerdo ─ mencionó el otro personaje.
─ Nunca doy pie atrás en mis decisiones ─
contravino el sujeto. ─ Y de tu parte ¿has traído lo que solicité?
─ Sí. ─ afirmó el otro. ─ Todos los documentos de la
sociedad que podrían inculparle, así como los del doctor.
─ ¡Excelente! ─ alabó el sujeto sin delatar alguna
emoción.
─ ¿Usted trajo la cantidad que me prometió? ─
inquirió el interlocutor. ─ Porque no estoy dispuesto a ir a la cárcel por una
miseria y dejar a mi familia sin respaldo alguno que merezca el precio que
deberé pagar.
─ ¡Despreocúpate! ─ indicó el sujeto que llevó su
mano al bolsillo y tocó un objeto dentro de él y añadió. ─ Traigo mucho más aún
y estoy seguro que resolverá todos tus problemas.
─ ¿Más del millón de libras esterlinas? ─ indagó
sorprendido el otro.
─ En este momento vales mucho más que eso ─
respondió el sujeto. ─ mereces esa bonificación extra que compensará todas las
penurias que deberás enfrentar. Yo pago muy bien los favores.
─ Usted no me paga ningún favor ─ rebatió el otro. ─
Es extorsión por causa de mis apuestas y todo lo hago por no perjudicar aún más
a mi familia.
─ Digamos entonces que son negocios ─ convino el
sujeto impávido ante la amputación del delito.
─ Que espero sea el último que haga con usted. ─
conminó el otro.
─ De eso puedes estar seguro ─ concordó el sujeto. ─
será el último de tu vida.
─ ¡Al menos con usted! ─ recalcó el otro.
─ Así es ─ confirmó el sujeto.
─ Entonces no hay más que decir y le estaré esperando
aquí ─ instó el otro.
─ Me parece bien ─ coincidió el sujeto y agregó. ─
deja todo donde lo pueda ver de inmediato.
─ Sí, pero cerca de mí ─ repuso el otro personaje
en la línea. ─ La cosa es pasando y pasando.
─ Por supuesto ─ convino el sujeto y sin más cortó
la llamada.
Le tomó unos segundos en meditar sobre el asunto
hablado y de a poco, una mueca se formó en la comisura de sus labios, dejando
ver unos impecables dientes.
─ Vas a quedar mudo de la impresión de ver tu paga ─
murmuró entre dientes el sujeto y prosiguió su andar por aquella callejuela de
mala monta.
Para decir que era un sitio de mala monta, era
completamente cierto dado que el lugar recordaba mucho aquellas calles de los
suburbios o cercanas al Támesis que eran asiduas por delincuentes, asesinos y
prostitutas a comienzos de 1800 a 1900.
El lugar hablaba por sí solo a pesar de los tiempos
modernos que se vivía. La tecnología no podía quitar ni borrar el pasado o
legado de algunos sectores de su ciudad; que recordaban a las célebres historias
de Jack el destripador o el doctor Jeckyl and míster Hyde. En donde movilizó a
todo Scotland Yard para intentar vanamente atrapar al supuesto asesino que voló
en libertad al igual que las aves en frente de sus propias narices. ¡Quizás
algún lector esté en desacuerdo! Ante
este pequeño comentario suscitado al calor de un corazón de intriga y pasión
detectivesca. Mis más sinceras disculpas por el posible oprobio literario que
se pueda hacer desde mi perspectiva.
Alejándonos de todo error o dicho histórico que no
es relevante a nuestros argumentos y prosiguiendo con nuestra narración
ilustrativa del sitio del suceso. Podemos decir que varias paredes lucían
descuidadas, rayadas con grafitis de muchachos marginales o rebeldes como
suelen tildarse. Restos de basuras esparcidas a lo largo de todo el sendero
acompañaban panorámicamente a nuestro solitario transeúnte.
Aquel viaje culminó cuando al llegar al final quedo
en medio de un callejón más sombrío aún y sin salida en sus extremos. Más
parecía un botadero de basura de sus residentes que un lugar para habitar.
¡Quizás morada de vagabundos! ¡Ni eso! Ya que todo el lugar era más que
horrible sino que además olía como los mil demonios de colectores de cloacas
reunidos en un mismo punto. El hedor era tan pestilente que irritaba cualquier
fosa nasal aún acostumbrada a olores tan nauseabundos, se contraía por sí sola
ante tan fragante aroma.
Era increíble que un lugar como ese estuviese
anclado en el corazón de la ciudad más llamativa, representativa y vanagloriada
de todo el reino de Britania, como solía llamarles los vikingos. Simplemente
estaba fuera de lugar, pero que en la cruda realidad existía y muy poco se
podía hacer para esconderlo. Lo que
llevo a nuestro misterioso sujeto adentrarse aquel antro y abrirse paso entre
la basura y la fragancia reinante.
Caminó unos cuantos metros más al fondo en donde
reposaban unos cajones o lo que quedaba de ellos. Detuvo sus pasos al
principiar de estas y observó atento todo a la espera que su contraparte
saliera de su escondrijo.
De pronto unos ruidos más al fondo le dieron la
razón y aún así, permaneció quieto en el lugar a la espera un acercamiento más
vívido.
No fue en vana su espera porque una sombra emergió
de un costado tímidamente en un principio para luego, agarrar confianza y dar
esos pasos precisos para acortar la distancia entre los dos.
─ ¿Vino solo? ─ preguntó la voz de aquella sombra.
─ Tan solo como la misma soledad que se halla inmersa en este lugar ─
respondió el sujeto.
─ Necesito que me asegure ─ insistió la sombra sin
dejarse ver del todo. ─ Llevo días ocultándome de la policía dado que ese
hombre puso en precio sobre mi cabeza y tengo a toda Scotland Yard, buscándome.
─ ¡James Yerboew! ─ adujó el sujeto.
─ Ese hombre ha desgraciado mi vida ─ protestó el
otro. ─ Ha hecho que me traten como un animal. Huyendo lejos de los míos y durmiendo
en sitios tan asquerosos como éste.
─ Es el poder de la nobleza, estimado ─ mencionó
con resentimiento el sujeto. ─ Lo que las personas no pueden ver ni saber. Es
el poder oculto de los más privilegiados.
─ ¿Usted pondrá ese abogado que me prometió? ─
indagó el misterioso hombre aún en las sombras.
─ Primeramente. Necesito que te acerques y muestres
verídicamente aquellos documentos que te solicité ─ demandó el sujeto. ─ De lo
contrario muy poco puedo hacer por ti.
Con algo de renuencia debido al constante temor de
ser hallado por la policía y después de titubear. Comenzó a emerger la figura
de esa sombra y su aspecto se hizo más palpable cada vez hasta llegar a
vislumbrar la silueta de un hombre robusto, sucio en todo su aspecto, con una
barba muy crecida y descuidad. Sus ropas algo desgastas y sucias dado el lugar
en que se hallaba.
Paso a paso fue avanzando hasta casi llegar a unos
dos metros del sujeto que lo veía impertérrito desde su posición. Fue ahí, que
el hombre observó a su contraparte y pudo distinguir la silueta de éste y ahí,
comprendió que algo no estaba bien.
─ ¡Oiga! ¿Dónde está mi dinero? ─ preguntó el
hombre e indicando con su dedo. ─ Viene con las manos vacías.
─ Te dije que no te preocuparás y debiste hacerme
caso ─ contradijo el sujeto. ─ soy yo, quién hace las preguntas y tú respondes.
No estás en posición alguna en cuestionar mis métodos. Una llamada y la policía
estará tomando tu espeluznante cuerpo y encerrarte por muchos años en prisión
sin derecho alguno; dejando a tu familia completamente desvalida. ¿Eso quieres
en verdad?
─ No ─ fue la tajante respuesta del hombre. ─ no
hice lo que hice por amor al arte. Mi familia ante todo.
─ ¡Perfecto entonces! ─ convino el sujeto. ─ Ahora
dime, ¿Dónde están los documentos?
─ ¡Ahí! ─ contestó el hombre, señalando unos
barriles que estaban a un metro de ambos y enfrente de los dos.
─ Saca una hoja que me compruebe la fidelidad de
tus palabras y me la tiras dónde yo pueda leerla ─ demandó el sujeto, que
permanecía con las manos en su gabardina.
─ De acuerdo ─ acotó el hombre.
Dirigió sus pasos hasta los barriles, tomó de un
portafolios, una carpeta y extrajo una sola hoja como le indicase el sujeto de
la gabardina y luego, recogió un trozo de madera y envolvió la hoja en su
alrededor y luego, camino hasta su antiguo lugar y desde ahí, lanzó el trozo de
madera con el papel envuelto.
Aquella pieza voló rauda y bajo hasta casi llegarle
a los pies al sujeto. Quién movió su pie y la atrajo hasta sí; sin dejar de ver
al hombre y que pudiese efectuar algún ataque imprevisto. Fue fácil extenderla
porque no estaba sujeta con nada y se desenvolvió por sí misma. Husmeó el papel
alternando con miradas raudas y constantes hacia su contra parte. Y
efectivamente pudo comprobar lo dicho por el hombre tas ver el timbre, la firma
y logo de la empresa en cuestión.
─ Veo que has cumplido con lo acordado ─ señaló el
sujeto, levantando la vista y viéndole
directamente a los ojos. ─ Me complace ver la seriedad de tus acciones.
─ Yo cumplí con parte ─ dijo el hombre y
gesticulando con su mano, añadió. ─ Ahora es su turno de mostrarme su paga y el
nombre del abogado que me ayudará a que la sentencia sea reducida.
─ ¡Cómo no! Tú paga ─ repuso el sujeto y metiendo
su mano nuevamente en el bolsillo, agregó.─ no debemos olvidar lo más
importante. ¡El pago y la bonificación a tu trabajo! Como te dije, con esto
quedaran resueltos todos tus problemas y no tendrás queja alguna.
El hombre que se dejo embelesar por las palabras y
sacando conclusiones precipitadas al no ver ningún maletín con dinero, creyó
que se trataría de un documento bancario que sería adosado a su esposa y así,
dejarlos protegidos en caso de que fueran muchos los años que debiera pasar en
prisión.
Mientras en su mente se perfilaba la posible
cantidad que podría ser, se distrajo un leve segundo y en eso escuchó…
─ ¡Aquí tienes tu paga! ─ murmuró lascivamente el
sujeto.
─ ¡No! ─ fue el grito desesperado del hombre cuyos
ojos se abrieron como platos al ver el contenido en las manos del otro sujeto.
Justo cuando unas nubes se descorrieron un poco y
en vuelo rasante cruzaron dos palomas en atropellado paso. Un fuerte estallido
irrumpió la paz reinante de todo el sector e hizo que aquellas aves, se
sobrecogieran y detuvieran una milésima de segundo su volar quedando en
suspensión. Congelando el momento.
Esa quietud interrumpida por el sonido aquel al
igual que el vuelo de las palomas se reanudó de inmediato volviendo todo a su
acostumbrada rutina.
Mudos testigos eran esas aves y las mismas nubes
que se movieron, dando paso, a una leve e inquietante luz, que dejo entrever el
cuerpo inerte del hombre sobre unos bultos. De su boca comenzaban a
vislumbrarse los primeros hilachos de sangre.
Mientras que el sujeto, recogía el portafolio con
los documentos y los dejaba en el lugar dónde se encontraba antes, para luego,
mover un barril abierto y usado como brasero para calentarse por los
indigentes. Puso unos cuantos papeles en el centro, maderas y restos cartón y
dejo que las llamas comenzaran a crecer. Luego, extrajo de su chaqueta una
botella con un líquido y limpió el arma para luego embardunarla con las huellas
del sujeto muerto y ponerla en cierta posición creíble para la policía.
Después, arrojó la botella dentro del tacho y
constató que se quemase por completo. Tiro unos cuantos papeles más para avivar
el fuego. Echó un último vistazo a todo, tomó el maletín y se marchó del lugar
como si nada. Dejando atrás al único testigo y conocedor de su identidad.
Minutos más tarde la humareda que provenía de un
callejón alertó a los vecinos que algo estaba sucediendo y de a poco se fueron
acercando, curiosos y morbosos, otros tantos. Lo que vieron sus ojos los
dejaron pálidos e inmediatamente llamaron a la autoridad competente.
En el mismo instante que un coche de policía
llegaba a la escena del crimen. Un sujeto, arrojaba sobre las aguas del Támesis,
su impermeable, sus guantes y botas. Dejando que las aguas se llevaran las
ropas y las botas que se hundieron rápidamente. Solo el gorro permanecía sobre
su cabeza.
Arregló sus nuevas indumentarias de un vistoso
traje de dos piezas y retirando una pelusa que se acomodó sobre su solapa. Y
eso era una horrible ofensa para su persona. Tras comprobar que sus ropas
estuviesen impecables. Prosiguió su camino hasta llegar a la altura de un
deportivo que le esperaba estacionado en el parqueadero junto a su chofer.
Antes de subirse al vehículo y justo aprovechando
un basurero que estaba en el lugar, quitó el tan dichoso gorro y una
ensortijada cabellera rojiza se fue desplegando a lo largo de su espalda y
hombros.
Al subir al coche, indicó a su chofer…
─ Directo a las empresas Renout ─ ordenó el
misterioso sujeto.
─ Como usted ordene, mi señora ─ respondió en el
acto, el chofer.
No cruzaron más palabras entre los dos y de inmediato
el automóvil se puso en marcha, perdiéndose entre las calles de Londres y
cubierta por el manto de nubes que envolvían toda la ciudad.
Al cabo de unos momentos ese mismo manto fue
desplazado por los vientos suaves que comenzaban a sentirse en todo el lugar.
Un viento frío y gélido. Típico viento austral. Ese tan célebre y conocido por
sus ciudadanos y por extranjeros que solían visitar estas tierras tan agrestes
y bellas a la vez. Que han sido descritas en libros, cantadas en poemas e
inmortalizadas en videos por cientos de personas. Admirados de su belleza sin
igual.
Mientras el
viento austral hacia su papel en el amplio firmamento y correteaba como niño, a
las nubes predominantes.
En la ciudad continuaba como de costumbre con sus
moradores yendo de un lugar a otro, prosiguiendo con su rutina y sus
obligaciones matutinas.
En estos menesteres, se encontraban algunos
empleados que recibían a unos cuantos parroquianos que venían a visitar a sus
deudos y demostrarle que su cariño permanecía intacto a pesar de la separación.
Entre algunas barridas y conversaciones estaban
entre sí, cuando una pareja de mujeres se adentraba al campo santo de la
ciudad.
─ ¡Muy buenos días! ─ saludó un empleado dándoles
la bienvenida y conocedor de una de las mujeres. ─ ¿Nuevamente de visita?
─ ¡Buenos días! ─ saludó una trigueña de ojos
verdes y tomando la mano de la otra, añadió. ─ Vengo a mostrarle el lugar de
descanso de mi familia a ella.
─ No es que lo diga de este modo por tratarse de un
lugar como éste ─ señaló el empleado. ─ Pero estoy seguro que encontrará el
cementerio más bello de todo el país.
─ De seguro es así ─ fue la respuesta de la otra
mujer de cabellos dorados y con un extraño timbre de voz en su español y que
gracias a la práctica podía comprender y darse a entender a los demás con un
poco de dificultad. ─ ¡Her…moso país!
─ ¿Es extranjera? ─ preguntó el empleado. ─ ¿De qué
país nos visita?
La rubia, levantó su mano y detuvo a su compañera
para que no interviniera en la conversación y ser ella, quién respondiera al
amable señor.
─ Sí ─ respondió la rubia y prosiguió. ─ Soy
de…Inglaterra (Dificultoso español para ella en su pronunciación)
─ ¡Qué bien! ─ dijo el empleado y agregó sonriente.
─ ¡Bienvenida a este cementerio! Y a nuestra ciudad.
─ Gracias ─ respondió la rubia. ─ Por sus deseos.
─ Tenga la amabilidad de ingresar y que tenga un
grato recorrido y buen día ─ invitó el empleado.
─ Gracias ─ fue el turno de la morena en responder
e instó a su compañera a proseguir con su labor. ─ ¡Vamos Anabelle!
La rubia antes, inclinó levemente su cabeza a modo
de despedida del empleado del cementerio y se tomó del brazo de aquella morena
que no dejaba de mirarla con un profundo cariño.
─ ¿Son todos tan amables aquí? ─ preguntó Anabelle.
─ Los magallánicos somos personas cordiales con
nuestras visitas ─ señaló la joven.
─ ¿Te consideras magallánica Raniel? ─ preguntó
Anabelle, observándola a través del rabillo de sus ojos. ─ A pesar de tus
orígenes ingleses.
─ Lo soy porque fue está la tierra que me acogió y
yo la elegí para morir ─ respondió una sombría Raniel. ─ Esta tierra fue mi
consuelo a tanto dolor. Cubrió mi pérdida con buenos momentos y me obsequió con
aquellos que hoy son mis descendientes. Por eso me considero, una magallánica
más, a pesar de mi origen inglés.
─ ¡Comprendo princesa! ─ repuso Anabelle, sintiendo
en lo más profundo de su corazón ese sentimiento. ─ No debió ser fácil para ti
como tampoco lo fue para mí ¡Rowine!
─ Anabelle ─ murmuró enternecida Raniel. ─ Es tan
extraño y reconfortante a la vez, que me llames solía ser mi antiguo nombre.
─ Lo sé ─ adujó la Duquesa, tomando la mano de su
prometida. ─ También lo es para mí, pero al contemplar tus ojos, ellos me
dicen, que es con Rowine, con quién estoy hablando ahora.
─ Somos una misma persona, amor, por muy loco que
parezca. ─ mencionó Raniel con algo de melancolía. ─ hoy por hoy, soy Raniel
Larson Fuentes. Pero con todos mis recuerdos cuando fui Rowine Mcraune. Y eso
hace la diferencia, mi pasado se ha unido a mi presente.
─ Una notoria diferencia, princesa ─ repuso
Anabelle. ─ Dicen que llevar consigo los recuerdos de otros es muy mortificante
al punto de creer que estás enloqueciendo, dado que no tienes cómo demostrar
que no son tuyos y sin embargo, conviven contigo. Asumir que formas parte de los
pocas personas que pueden reencarnar, es de por sí, poco creíble.
─ ¡Así es! ─ afirmó Raniel, avanzando por el primer
corredor. ─ Todos asumen que tienes paranoia o delirios por ser alguien que no
eres. Llegan a creer firmemente que rechazas tu propia identidad y alucinas con
la personalidad de las visiones. Piensan que eres un mal agradecido y difaman
tu nombre por doquier y te descalifican de muchas maneras.
─ Ninguna persona cuerda creerá en vidas pasadas y mantendrán la firme
convicción de ver antes que creer. ─ apeló Anabelle a los refranes de todos los
tiempos. ─ El ser humano se caracteriza en creer en lo tangible pero se contradicen mucho al
poner su fe en adivinos y esoterismo de cartas. ¡Ahí no hay cómo comprobar!
─ ¡Muy cierto! ─ concordó Raniel, esbozando una
sonrisa de satisfacción. ─ Es cuestión de intereses nada más, porque hay un
desastre y se encomiendan a todo lo divino sino piden señales reales de
cualquier hecho.
─ Verdaderamente, amor. ─ opinó Anabelle y
entrelazando su mano con la de su prometida, añadió. ─ Dejemos ese tema de lado
por el momento y háblame acerca de ¿cómo fue que llegaste a este país?
─ Veo que no vas a esperar que lleguemos al
mausoleo. ─ señaló Raniel, tocando sus labios con su otra mano libre. ─ Es una
historia larga eso sí, mi vida.
─ Ha pasado tanto tiempo de tu partida que el
tiempo de espera ya de por sí, ha sido mucho. ─ justificó Anabelle, su ansiedad
por saber la verdad de su viejo amor. ─ ¡Por favor habla!
─ Cómo ya sabes que mi salida fue gestada con antelación
por Vivian ─ comenzó por mencionar Raniel, reviviendo viejos y amargos momentos
de su pasado. ─ tuvimos dos encuentros antes de verme en la obligación de
abandonar no solo mi país sino que dejar todo cuanto amaba.
Sin duda que esa amiga que creí tener a pesar de
que nuestro comienzo fue algo quisquilloso dadas las circunstancias. Jamás
llegué a imaginar en las peores pesadillas que pudiese tramar un complot como
el que ella hizo contigo, tu madre y lo que terminé por recibir.
Le tomo 5 años manipular a Henrietta, defraudarla
en los negocios. Presentándote a Jonathan para que te apartase de mí y fuesen
comprometidos en matrimonio. Ella misma fue en busca de su primo a Manchester
para que le ayudase en sus planes y así, poder poner un impedimento a nuestro
amor.
Una vez que consiguió su primer objetivo se centró
en Henrietta y volver a ganarse su confianza para ir adentrándose en forma
paulatina en sus negocios e ir apropiándose de sus posesiones. Y lo culminó con
su propia unión con un connotado mercader que le proporcionó la riqueza que
precisaba y adquirir todo lo que pertenecía a la Duquesa de Calguiere.
Muchas veces insistió que fuésemos de viaje las dos
y poder reforzar los lazos de amistad que nos unían. Pero por diversos motivos
no se llegaron a concretar y realmente fue una bendición porque me confesó que
había urdido con unos mercenarios quitarme la vida, cuando apenas tenía 18 y hubo
varias ocasiones que puso hombres a seguirme para interceptarme en los caminos.
Llegó a un punto en que todas sus maquinaciones no
resultaban fue presionando más a su primo para adelantar la boda y convenció a
mi padre para que Octavio; que por muchos años me había pretendido, tuviese su
tan anhelado deseo de ser mi prometido y pusieron fecha de matrimonio a pesar
de que me opuse a ello. No obstante, terminé cediendo cuando tuve que ver con
mis propios ojos como unías tu vida a la de Jonathan.
Desde ese día viví con un sufrimiento latente en mi
corazón y con el dolor de mí ser, quise cambiar mi destino y asumí que mi vida
estaría ligada a la de mi futuro esposo y no a ti, el amor de mi vida. Mi único
y verdadero amor.
Sin embargo, nunca pude ser feliz con Octavio por
más que me esforcé ya que el principal obstáculo para concretar aquello, fuiste
tú. Que te negaste a verme con otra persona que no fueses tú, Anabelle.
Muchas veces me pregunté ¿cómo podías ser tan
egoísta? Estando tú ya casada. No dejabas de acosarme, de estar presente en
todo lugar que yo estuviese y raptarme en mi noche de bodas.
Ese mismo día asumí que estaría condenada a ser la
eterna amante de la Duquesa Anabelle Calguiere XVII. Conformarme con recibir
migajas de ti, de tu tiempo, de tu amor y jamás tener el derecho de amarte con
toda la libertad por nuestra condición de mujeres.
Me tragué el orgullo y la dignidad y me conformé
con lo que pudieses darme. ¡Era feliz con un poco de ti! Me bastaba saber que
podía amarte y resigné mi felicidad con tal de que tú lo fueras.
No habían pasado más que un mes de mi matrimonio
con Octavio. Cuando Vivian me citó la primera vez y expuso su deseo que me
fuese y te dejase ser feliz con tu esposo. Y como no acepté comenzó a mostrar
sus verdaderas intenciones y supe ese mismo día que ella por muchos años estuvo
enamorada de ti en secreto.
Comprendí en ese momento al contemplar su mirada
que el impase de la primera vez en que nos conocimos las tres, fue la antesala
de que me había ganado a mi peor enemiga, puesto que le privé del objeto de
culto y adoración.
No te puedes imaginar cómo expulsaba todo su veneno
y resentimiento mientras me hablaba de la primera vez que nos descubrió en las
orillas del río. Era una mujer distinta, estaba fuera de sí, su mirada era casi
asesina. Su cuerpo temblaba del odio que se iba abriendo paso al hablar. Nunca
en mi vida, vi tanto resentimiento y tanta maldad en una mujer que se suponía
que era amiga de ambas. Ese fue mi error y lo pagaría muy caro por no haberle
cortado sus alas antes de que me pusiera entre la espada y la pared.
Y al poco tiempo hubo el segundo encuentro y ya
estaba todo consumado. Tenía en su poder todos los bienes de tu familia y
estaba reuniendo pruebas para presentarlas a su majestad la reina y fueses
expropiada de tu título y excomulgada.
Tras esa confesión con documentos que respaldaban
sus dichos, asumí que no tenía salida. Debía tomar una decisión, eras tú o yo.
Como fuese, íbamos a resultar lastimadas de cualquier forma.
Cuando uno ama verdaderamente no puede exponer a su
ser querido a una desgracia. Mi corazón
se partió en dos al saber que tendría que renunciar a ti en forma definitiva y
exponerte de algún modo a un sufrimiento mayor, pero que con el paso del tiempo
mitigaría esa herida.
Le di mi respuesta ese día nefasto, ofrecí irme a
otro lugar de Inglaterra. Pero Vivian, no lo permitió, exigió que fuese lejos,
en otro país. Que no aceptaría otra cosa porque sería mantener esperanzas para
ti y ella quería arrancarlas de cuajo en tu corazón.
No sabes cómo deseé tomar el cuello de esa mujer y
retorcérselo hasta que muriese de una buena vez. Por primera vez, sentí odio
puro hacia un ser humano y con la poca razón que me quedaba acabé por
maldecirla con todas las fuerzas de mi ser y le juré que nos volveríamos a ver
en otra vida y que acabaría con lo que dejamos pendiente. Maldije toda su
descendencia y le aseguré que jamás podría ser feliz porque tu corazón jamás la
llegaría amar y moriría seca y en soledad.
Antes de irme, golpeé su rostro con todas las
fuerzas y le dejé una herida en su frente que tardaría mucho en sanar y que
sería el recordatorio de mi maldición.
Esa noche, fue Henrietta a verme y me suplicó de
rodillas qué pensará en ti, en tu felicidad y que me fuese por un tiempo hasta
que Vivian pudiese tranquilizarse y devolver todo al Ducado. Tu madre, me
prometió ayudarme en Italia porque tenía amigos y algunos parientes que podrían
alojarme.
Me entregó una cantidad de dinero, algunas joyas
que aún conservaba y la dirección de su familia. Contactó a un sirviente leal
para que me acompañase todo el viaje, jurando resguardar a su familia mientras
él estuviese ausente. Terminó aceptando y se puso a mi disposición para
cuidarme y ayudarme en todo lo que necesitase.
Se hicieron los arreglos para que una embarcación
de mercaderes nos llevara directo hasta Florencia en dónde residían sus parientes
y amigos.
Mientras tú estabas ocupada cumpliendo tus deberes
con una fiesta organizada por la propia Vivian y planeada con antelación, yo
cruzaba en carruaje cerca de tu propiedad. Me detuve unos instantes para ver
por última vez el lugar en donde se encontraba la persona que más amaba y el
lugar donde también fui muy feliz.
Pero antes de retomar el viaje, le pedí a mi
sirviente que entregase una carta dirigida a ti, pero que no fuese entregada
hasta que culminase la celebración que encabezabas y así, fue dada en custodia
a un soldado confiable que prometió darlo en los términos que se le solicitó.
Después de que regresará mi sirviente partimos del
lugar sin mirar atrás y dejando todo lo que amaba. Todo se me arrebató y aunque
mi corazón y alma iban destrozados porque no dejaba de llorar amargamente mi
desventura. Prometí regresar algún día o
en otra vida a mi tierra, mi hogar y buscar las huellas de mi vida.
Fue un viaje largo que nos sacó en la madrugada y
pasar por una taberna de Londres para descansar un poco y probar alimentos; más
que nada para mi sirviente dado que nada me sabía bien. Solo probaba el
alimento de los recuerdos y era mi consuelo a tanto dolor.
Más tarde nos embarcamos en el navío y comenzó
definitivamente mi calvario y mientras veía desde la costa alejarse, lloré
hasta que mis ojos se cerraron por el cansancio y fui custodiada por mi
sirviente hasta la misma llegada a Italia.
Arribamos cuatro días después y enseguida nos
pusimos en contacto con los familiares de tu madre. Claro que nos llevo una
semana para poder concretar ese encuentro.
Mi estadía en ese país duró unos 6 meses, dado que
en el tiempo que residí con mis benefactores tuve la fortuna de conocer a un
joven doctor que pensaba emprender una travesía a un nuevo continente en busca
de mejorar la calidad de vida de los pioneros Italianos que residían por esas
tierras.
Cuando digo fortuna es porque en realidad lo fue,
ya que ese joven me ayudó sin interés alguno en sanar y volver a sonreír aunque
fuese muy diminuta la luz en mí. Se ofreció en ayudarme en todo, visitaba el
hogar de tu familia y procuraba distraerme constantemente para que no tuviese
tiempo en estar triste.
Fueron seis meses largos al punto de parecer
eternos y deje que su compañía fuese lo único que aceptaba de las personas. Y
de este modo tras muchas conversaciones, accedí en acompañarlo en esa aventura
que nos llevaría a Sudamérica.
Primeramente llegamos Argentina y estuvimos un año
aproximado hasta que le ofrecieron irse al país vecino y principalmente al
extremo sur, dónde la colonia Italiana era numerosa. De este modo fui que
llegué a esta tierra magallánica ─ finalizó de narrar los hechos, Raniel,
sintiendo como si fuese ayer su llegada. ─ Una tierra que amé tanto como mi
añorada Inglaterra.
─ ¡Rowine! ─ murmuró muy conmovida Anabelle, que
guardó silencio mientras escuchaba el relato que la dejo con el corazón muy
sensible y consternada de oír una vez más la maldad de su vieja amiga de
infancia. ─ Tanto tiempo te busqué y tú tan lejos de mí. Jamás hubiera podido
hallarte. El daño que nos hizo Vivian es imperdonable y que Dios me disculpe,
pero en estos momentos no podría ni querría perdonar a una mujer tan ruin como
ella.
─ Para perdonar hay que amar tanto para separar el
delito del infractor ─ indicó Raniel, deteniendo sus pasos y poniendo de frente
a su prometida viendo sus ojos, agregó. ─ No soy una mujer que se consideré
espiritual, pero sí respetuosa. No puedo sentir ni una sola minúscula partícula
de compasión ni cariño por aquella mujer que me dejo muerta en vida. Yo soy
humana, no soy Dios para perdonar a un demonio como Vivian. ¡Óyeme bien
Anabelle! Jamás perdonaré a Vivian o como se llame en esta vida.
─ No te pido que lo hagas amor ─ murmuró triste
Anabelle, estrechándola fuerte entre sus brazos. ─ Jamás te pediría una cosa
así. Ella nos causó el peor dolor y no es justo que se le de compasión cuando
no tuvo contemplación con nosotras. Yo no te obligaré a ello. Puedes estar
tranquila en ese aspecto.
─ Es cuestión de tiempo nada más para volver a
encontrarnos las tres ─ dijo ya sin emoción Raniel, cuya mirada estaba opacada
por la tristeza de recordar aquel pasado como el vehemente deseo de una
revancha.
─ ¡Es el destino que así lo ha querido! ─ sentenció
Anabelle, deteniendo sus pasos y pararse enfrente de su prometida para luego,
alzar su mentón y agregar. ─ Es la oportunidad de acabar con todo esto.
Aquellos ojos esmeraldas se perdieron en los azules
de su prometida asimilando paulatinamente cada palabra que se desprendió de sus
labios, como si pudiese morderlas y digerirlas lentamente para asumir un hecho
inevitable como también buscado desde hace ya mucho.
─ Deberemos prepararnos para dicho encuentro ─
aconsejó Raniel. ─ No podemos descuidarnos como en el pasado y ser tomadas por
sorpresa o de lo contrario estaremos perdiendo una vez más ante Vivian
Brigston.
─ No dejaré que ella se salga con la suya esta vez,
Raniel. ─ repuso Anabelle, posando su mano sobre el torso de su pareja, directo
dónde se encontraba su corazón y le habló. ─ En esa ocasión lastimó a mí ser
amado y dejo heridas profundas en este corazón que lo es todo en mi vida. No
puedo darme el lujo de que consiga su objetivo porque está vez no será lo
mismo. Yo no soy la misma mujer del pasado.
Muy atrás quedo la mujer que Vivian y todos
manipulaban, que todo lo creía; comulgando como una idiota. Arrastro heridas
tan profundas como las que tú llevas consigo que no dejan de recordarme lo que
perdí y sufrí en ese tiempo.
Aquella amiga de niñez no solo me arrebató el amor
de mi vida sino que dejo mi alma seca y sin permitirme un rastro mísero de
esperanza.
Ahora estoy consciente del pasado, de mis errores y
debilidades de aquel entonces. Y es gracias a esta nueva vida que tengo;
nuevamente como Duquesa de Calguiere; para tomar la oportunidad que me brinda
el destino y Dios para corregir errores del pasado, reclamando el derecho de
ser feliz junto a la mujer que amé en el pasado y que hoy está nuevamente en mi
vida. ─ enfatizó tan segura de sí, Anabelle, que sus ojos azules lucían muy
distinto a lo que habían sido retratados en el pasado como en el presente. ─ Yo
soy: Anabelle Elisiem Calguiere Yerboew, Duquesa de Calguiere XXII en la línea
de sucesión del primer Duque, Ernest Calguiere y primo de su majestad…. Lo que
fui en el pasado ya no es más y lo que soy ahora, es tan distante como los
extremos de un horizonte. Ahora no tengo impedimentos para defender con dientes
y uñas nuestro amor y cumplirte la promesa que hiciera en la otra vida. Solo te
pido que te apoyes en mí ahora porque tú no estás sola, Rowine.
─ ¡Anabelle! ─ susurró tan despacio y bajo Raniel,
cerrando sus ojos por un leve segundo para agregar. ─ Prosigamos por favor.
La Duquesa rompió el abrazo que habían gestado
inconscientemente ambas tras las palabras de la joven. Hubiese querido estar
unos momentos más así, resguardándola en sus brazos y trasmitirle todo su
sentir y devolverle esa seguridad que no tuvo en el pasado. ¡Ya habría tiempo
para ello! Debían llegar al lugar de reposo de su viejo amor y así, cerrar un ciclo
inconcluso; por lo que asintió a su prometida y reanudaron la marcha al
instante.
─ ¿Crees en mí y en mi promesa del pasado? ─ Se
atrevió en preguntar Anabelle, que no quiso perder la ocasión de salir de dudas
y saber si sus palabras valían para su prometida.
─ Siempre he creído en ti, Anabelle ─ Respondió
Raniel, viéndola de reojo al mismo tiempo que avanzaban por el angosto sendero
del cementerio. ─ Nunca he dejado de hacerlo, incluso ahora que soy Raniel y
que al igual que tú, tampoco soy la misma persona del pasado. ¡No vuelvas a
preguntarme esto otra vez! Sino creeré que si dudas de mí.
─ Tampoco lo he hecho ─ afirmó con fuerza Anabelle.
─ Solo no pude evitar salir de dudas ya que has estado comportándote en forma
extraña. Me veías como si fuese una mentirosa y tus ojos me acusaban de ello
desde aquel día en que te encontramos en el panteón de la familia de Alesia. No
puedes culparme por querer preguntar, puesto que yo no sabía que tu memoria
había aflorado en aquel entonces.
─ ¡Discúlpame! ─ señaló Raniel, cogiendo su mano
entre la suyas y acariciándolas. ─ Mi comportamiento estaba basado en sacar
conclusiones precipitadas dado a que solo veía misterio en ustedes a sabiendas
de que detesto la mentira y el engaño. No pueden ocultar las cosas y pretender
que se tomen de la mejor manera porque no es así. Somos seres humanos, frágiles
y dados a equivocarnos constantemente en nuestras apreciaciones.
─ ¿Estás hablando en serio? ─ inquirió Anabelle
confundida a la vez por….
─ Sí, ¿por
qué? ─ respondió Raniel.
─ ¿Te has escuchado amor siquiera? ─ indagó
Anabelle sin perder detalles de sus facciones. ─ Pareces una mujer de cien años
al hablar y no la mujer de la cual me volví a enamorar. Es como si hubieses
sumado todos estos años y hubieses dejado de ser Raniel.
─ ¡Ups! ─ exclamó consternada la joven Larson que
por primera vez quedo impávida ante el comentario de su prometida. ─ Lo lamento
yo… No me había percatado que estaba hablando como… una…Anciana.
─ Jajaja ─ irrumpió en risas Anabelle, tirando de
ella y abrasándola fuerte. ─ Tranquila amor, solo bromeaba nada más. Quise
suavizar un poco las cosas, ya que tu forma de expresarte es muy educada, pero
por un momento parecías tan impropia a ti misma y es como si hubiesen fusionado
todos los años y quede frente a una mujer muy, pero muy longeva.
La mandíbula de la joven Larson casi se cayó ante
el comentario de su pareja. Quedo algo descolocada y lo hiso saber.
─ ¿No es que los ingleses son tan pulcros y se
cuidan mucho al hablar? ─ Sin rodeos preguntó Raniel con pica y volviendo hacer
la misma chica directa y francota de siempre. ─ son tan serios y para nada son
de gastar bromas en público a los demás porque no es lo correcto según ustedes.
Son muy estructurados en su comportamiento que me parece insólito verte
hacerlo.
─ ¡Amor, amor! ─ corrigió Anabelle, rompiendo el
abraso y obsequiándole una sonrisa para tirar de ella y proseguir con su
marcha. ─ ¡No estoy en público! Lo que lo hace íntimo entre las dos. Segundo,
ustedes tienen un mal concepto de nosotros los ingleses. Tercero, no somos tan
parcos como piensan y cuarto, provengo de una familia cuyos lazos de amor son
la verdadera fortuna que tenemos y lo que nos hace ser felices, disfrutando de
bromear entre nosotros. No somos tan estructurados como suponen los demás,
únicamente nos comportamos acorde al lugar que nos encontremos. Y por lo demás,
princesa, te recuerdo que tú también eres inglesa.
─ ¡Corrección, vida mía! ─ refutó de inmediato
Raniel, alzando la barbilla en forma desafiante. ─ Soy Chilena con orígenes
ingleses, que es muy distinto.
─ ¡Ya! ─ reconvino Anabelle, ladeando su cabeza
para verla fijamente. ─ Por tu sangre corre linaje Inglés. Querida mía y no
puedes negarlo.
─ Claro que no ─ coincidió Raniel, sonriendo a la
vez. ─ No obstante, soy una chica latina muy distinta de quién fuera mi
antepasado Rowine. Por mis venas corren
sangre latina, sentimiento y pasión, más que tanto protocolo inglés.
─ ¡Puede ser! ─ sugirió Anabelle cediendo
momentáneamente. ─ Lo que cuenta al fin y al cabo es que tú, estás conmigo
princesa y eso es lo único relevante en esta historia.
─ ¡Aha! ─ fue el turno de Raniel, de fastidiar un
poco a su prometida. ─ Parece que le ha vuelto a salir el lado más posesivo a
nuestra querida Duquesa de Calguiere. ¡Poco inglés por lo demás!
─ Raniel Larson, ¡no juegues conmigo princesa! ─
advirtió Anabelle, con sus facciones serias. ─ Debo recordarte que perdiste la
última vez y vas camino a ello nuevamente si osas desafiarme.
─ ¡Uy! ─ se escapó espontáneamente la exclamación a
Raniel, que se mordió el labio al recordar los hechos y ver el semblante serio
de su pareja. ─ ¡No te enfades por favor!
─ No lo estoy ─ mencionó en el acto Anabelle. ─
Pero no quita que defienda mi punto de vista.
─ ¿Y ese cuál sería? ─ indagó cuidadosamente Raniel
con cara de niña reprendida.
─ En que tú eres inglesa, te guste o no ─ respondió
tajantemente Anabelle.
─ ¡Aha! ─ exclamó desvergonzadamente Raniel con una
sonrisa de oreja a oreja ante la admisión de los hechos. ─ Sabía que no lo
dejarías así como así. No te gusta perder amor.
─ ¡Por supuesto que no! ─ admitió con propiedad
Anabelle, lanzándole una mirada retadora. ─ Jamás voy a perder. No está en mi
vocabulario la palabra derrota.
─ ¡Um! ─ volvió a exclamar Raniel, rascando su
cabeza ante unos pensamientos y no dudo en decirlo. ─ ¿Me hubieses amado sino
no fuese inglesa?
─ ¿No lo estoy haciendo ya? ─ Contra preguntó
Anabelle, viéndola por el rabillo de sus ojos.
─ No era que soy inglesa, según tú. ─ siseó con
picardía Raniel, mordiéndose los labios ante la mirada de su prometida.
─ En tus venas hay sangre inglesa sí o sí, pero
como bien has dicho, eres chilena ─ asumió Anabelle, quién levantó su mentón
con altanarería y adelantó más sus pasos, separándose de la joven un poco. ─ Lo
que te responde tu pregunta. Te amo a ti, no por el lugar en que naciste o
dónde provienes, sino por ser tú, mi verdadero amor de ayer y de hoy.
─ ¡Sabias palabras! ─ acotó divertida Raniel,
apresurando su paso y alcanzándola.
─ ¿Desde cuándo se te contagió el sentido del humor
de Alesia? ─ inquirió la Duquesa con una ceja alzada y viéndola seriamente.
─ ¿El humor de Alesia? ─ preguntó confundida
Raniel.
─ Si, el mismo humor negro y pícaro de Alesia. ─
señaló Anabelle sin dedicarle una mirada, puesto que llegaban al final del
camino y solo había un mausoleo inmenso y de color verde petróleo.
Enseguida los ojos esmeraldas enfocaron en la
dirección en que estaba viendo su prometida y un profundo suspiro se dejo
escapar de su pecho. Supo que la hora de la verdad había llegado para ambas y
el pasado se cerraría en el momento en que las cartas fueran por sus
destinatarias. Recobró su seriedad y su mirada se intensificó demasiado al
punto de parecer que sus ojos ya no fuesen de esa tonalidad de verde esmeralda
sino un tono más profundo era el que predominaba en ese instante.
─ ¡Acompáñame! ─ suplicó Raniel, extendiendo la
mano a su prometida. ─ Es hora de reunirnos con nuestro pasado.
La joven de cabellos dorados, volteó a verla y se
percató de inmediato que nuevamente estaba enfrente de su viejo amor por su
mirada. Exhaló fuertemente y apoyó su mano sobre la de su pareja.
─ Sí ─ fue la respuesta de Anabelle. ─ Es hora de
escucharte, Rowine.
Ambas enfilaron sus pasos en dirección de aquel
mausoleo verde en que estaba resguardado por unos pinos en la parte de atrás y
cercado por un jardín de rosas bien cuidadas. Una pequeña portezuela metálica
de fierro forjado y con incrustaciones de querubines en su frontis.
A medida que avanzaban y acortaban la distancia con
aquel edificio, ya se podían leer en letras dóricas el lema de Family Larson M.
Junto con escudo de armas demasiado conocido por la joven Duquesa.
A pesar de que la ciudad se encontraba finalizando
el verano, se podía sentir el frío y el sol solo iluminaba a esas alturas del
día que ya era muy cercano a ser medio día en esa tierra magallánica.
La luz también hacia lo suyo y bañaba los costados
del mausoleo y solo fue en cosa de un pestañear que de pronto desde el interior
del recinto se dejo ver una luminosidad que se proyecto desde el centro y se
fue extendiendo por todo el lugar hasta tomar la forma de…
─ ¡Bienvenidas! ─ fue la voz que se escuchó en el
interior del mausoleo. ─ Las estaba esperando.
Las pupilas de aquellos azules se expandieron tanto
como las de un gato ante la magnitud de la luz y…
─ ¡Rowine! ─ balbuceó conmocionada Anabelle, sin
dejar de avanzar hasta quedar frente a... ─ ¿Eres tú?
─ Sí ─ fue la respuesta que salió del lugar,
plasmándose en la silueta de una joven mujer trigueña de cabellos azabaches,
con un largo vestido blanco extendiendo su mano hacia ella. ─ ¡Ven a mí!
El instante llegó en que el pasado y presente se
reunían para zanjar un pendiente que dejasen hace muchos años atrás en la que
sus vidas fueron trastocadas y permanecieron congeladas en el tiempo tal cual
se vieron la última vez en casa de Enios Mcraune.
Esa misma noche en que sus vidas fueron obligadas a
separarse por obra y gracia de la mano turbia de su acérrima enemiga que hoy
también se plasmaba en el cuerpo de otra mujer, con las mismas intenciones e
inclinaciones.
Una nueva oportunidad para resolver o perder para
siempre el derecho de ser felices o condenadas a vagar por el plano infinito
del tiempo.
─ No dejaré que se salgan con la suya otra vez ─
murmuró entre dientes una colorina que entraba de lleno por las puertas de un
gran edificio de la corporación Renout. ─ He venido para vencerlas y quedarme
contigo, mi viejo y magro amor.
1 comentario:
Santo dios!!! tanto tiempo sin pasar por aquí y me encuentro un capítulo nuevo de mi historia favorita.Realmente me encanta como escribes y ya espero con ansias el enfrentamiento entre ellas.Así que estaré al pendiente de un nuevo cap.
Nos vemos y que estés bien.
Publicar un comentario