Destino implacable, capítulo 11
Aquellas
palabras retumbaron no solo en la sala de enfermería de aquel reten de
carabineros sino que además, produjo un caos en la mente como el corazón de las
tres mujeres presentes en el lugar.
─
¡Mi perdición! ─ se lamentó Bianca con una profunda congoja y a la vez terror. ─
Ariza.
Sin
duda que ninguna de las tres imaginó jamás que esa mismísima noche; mejor dicho
madrugada; la estanciera pondría un pie en aquel recinto y con semejante
lluvia.
Se
dice que la Patagonia es una tierra de mitos y leyendas. Además de, fenómenos
inusuales en lo referente al clima imperante. Todo puede suceder en cosa de
minutos: sol, lluvia, nevazones y una tormenta eléctrica como la que se estaba
gestando en todo el suelo austral.
No
obstante, el clima era un factor
irrelevante en ese momento porque la verdadera tormenta estaba por explotar en
esas cuatro paredes de 2x2 Mts. E iba no
solo a provocar consecuencias nefastas sino gestaría el mayor dolor en una
persona en particular.
─
¿Y bien? ─ provocó Ariza burlonamente sin apartar sus ojos de la joven
ingeniera. ─ ¿No vas a refutar mis dichos mi querida esposa?
Esta
vez, la reiteración del término esposa, sí gatilló la reacción al menos en dos
de ellas.
─
¿Qué es lo que está diciendo ésta loca de capirote? ─preguntó Marcela con el
coraje invadiéndole al cerebro y nublando su juicio.
─
¡Debe haber un error! ─ intentó justificar Valeria al ver el semblante de la
inspectora.
Ninguna
de las dos quería dar crédito a esa frase en particular. Era inesperado, poco
razonable o mejor dicho, poco creíble. Debía ser una de las tantas locuras que
osaba decir o hacer la dueña de los pozos. Y es que todo el mundo en Enap,
sabía que dicha mujer era un tanto excéntrica, impulsiva y con unos aires de
divinidad que superaba todo ego humano visto en la tierra. No podía ser otra cosa más que un capricho de
Pedrales en sus tantos arranques de ego que solía tener.
Es
que no se conseguía concebir otra cosa de su parte; porque de lo contrario
estarían ante un escenario adverso y ante una mujer que les mintió desde el
comienzo y se confabuló con la estanciera para poner en apuros a toda la
jerarquía de la estatal y causar la mayor hecatombe financiera y energética del
país. Sin duda que esto debía y tenía que ser un error nada más.
─
¿Error?... No ─ fue la tajante respuesta de Ariza. ─ ¡¿Loca?!... ¡Quizás! Pero
mentirosa…Jamás.
─
¿Estás tratando de decir que tú estás casada con Bianca y que ella nos mintió
desde un principio? ─ inquirió en la cúspide de su enojo y confusión, Marcela.
─
Tú los has dicho inspectora, no yo ─ rebatió sin inmutarse Ariza.
No
se sabe si fue un bufido o gruñido lo que se escuchó salir de los labios de la
jefa de inspectores de Enap. Y para el colmo de las desgracias, nuevamente
aquellos ojos verdes de ambas mujeres se volvieron a enfrentar. Era una guerra
silenciosa de miradas que solo conseguían hacer zozobrar el corazón de la
enfermera que temía lo peor. Y sobre
poniéndose a su consternación, refirió…
─
¡Esperen un momento! ─ demandó Valeria, haciendo un alto con sus manos. ─ Antes
que se maten las dos y lamentemos una desgracia. Solo hay un modo de
averiguarlo (viendo a su compañera) ¡Dinos tu versión, Bianca!
─
Perfecto ─ alabó con sarcasmo Ariza. Descruzando sus brazos y viendo a la joven
con soberbia. ─ ¡Diles si estoy mintiendo!
Hubo
un silencio largo por parte de la joven Rangel y solo tragó saliva. Y es que
sus palabras estaban atoradas en su garganta y ello, provocó una angustiante
desazón.
─
¡Habla! ─ apremió Ariza fulminándola con la mirada. ─ No les sigas ocultando la
verdad…Romí (esposa en romané)
─
¡Cállate! ─ fue la reacción de Bianca, que no pudo contenerse al escuchar esa
palabra. ─ ¡No vuelvas a llamarme de ese modo! No tienes ningún derecho a
exigirme nada basado en un pasado que no volverá más y que yo lo enterré junto
con tu nombre y tu argolla; ese mismo día en que descubrí tu engaño.
Ahora
forma parte de una historia pasada que se acabó y no volveré a tropezar con la
misma piedra dos veces. ¡Olvídate de mí y déjame en paz de una vez!
Y
ello causó en…
─
Bianca ─ fue el susurro de Marcela tras oír a la joven.
Y
en la otra cara de la medalla…
Aquellos
ojos verdes de la morena, no solo veían
con enojo y desprecio a la muchacha sino que su mirada era similar a un cráter
en erupción que arrasaría con todo a su paso.
─
Has cometido el peor de tus errores, Anaí ─ masculló con pasmosa serenidad
Ariza.- ─ No debiste hacerlo y tu decisión traerá consecuencias para todos los
que estén a tu alrededor. Rompiste la ley de mi pueblo y desatado mi enojo. No
descansaré hasta no consumar mi venganza contra ti.
─
No te temo más, Ariza. ─ desafió una Bianca haciendo acopio de todas sus
fuerzas mentales y defenderse de la única persona que siempre tuvo control
sobre ella. ─ Te dije que dejarás el pasado en lo que es. Pasado que no volverá
jamás.
─
Eso nunca lo consentiré ─ advirtió Ariza, acortando esa distancia tan pequeña a
la vez. ─ Ya me hiciste pasar por esto la primera vez. Dos veces no puedes
pretender que lo acepte tan fácilmente. Más te valdría que estuviese muerta
para librarte de mí. Y para hacerlo debes hacerlo tú misma si tienes las
agallas suficientes para tomar mi vida en tus manos.
Tras
eso, alguien adujo…
─
¡Qué melodramática! ─ dijo con sarcasmo Marcela. ─ Porque no dejas tu remedo de
mujer herida y aceptas los hechos tal cual son…Ella te rechazó. ¡Asúmelo
estancierita!
Dos
pasos y unas manos se dejaron sentir sobre las ropas de la inspectora, viéndola
de la peor manera que se puede mirar a un ser humano…
─
¿Y piensas que puedes cantar victoria por esto? ─ siseó peligrosamente Ariza,
ejerciendo un tremendo autocontrol para no darle lo que se merecía. ─ Sólo has
conseguido prolongar tu agonía pobre ilusa. Te guste o no; soy su esposa hasta
la muerte y ella no desmintió ese hecho; así que es cuestión de tiempo nada
más. En cuanto a ti, me preocuparía mucho porque lo que te va a suceder. Ahora,
dependes de mí.
Esa
amenaza fue el detonante para que no solo Marcela, abriese sus ojos al prever
lo que podría suceder; sino que Valeria y Bianca palidecieron de sopetón al
escuchar a la estanciera.
─
¿Qué pasa inspectorcita has quedado sin argumentos para defenderte? ─ fue el
turno de Ariza para mofarse de su rival. ─ Te advertí que no interfirieras y
este es el resultado de tus intromisiones. Como tú misma dijiste… ¡Asúmelo con
dignidad querida!
─
¡Ya basta Ariza! ─ intervino Bianca sosteniendo del brazo a la morena. ─
¡Déjala en paz a ella! No la inmiscuyas en esto. Es conmigo con quién tienes
problemas.
Ariza,
giró un poco su cabeza hacia el costado que se encontraba Bianca y la burla se
asomó de inmediato en sus labios con una sonrisa ladina para luego, volver la
mirada hacia su oponente y alzar su ceja con un claro… ¡Te lo dije! Sin
palabras.
Sin
más quitó sus manos de la vestimenta de la Enapina y las sacudió para quitarse
su contacto y demostró con ello, su desprecio completo por la funcionaria
petrolera como algo sucio y repugnante. Luego, se giró para ver a Bianca y
añadió…
─
Por supuesto… Romí… ─ puntualizó Ariza con una soberbia propia de una realeza. ─
Es sólo entre tú y yo como siempre lo ha sido. Con la salvedad que esta vez
serán bajo mis términos y tú vendrás a mí tarde o temprano para librar a esta
pobre diabla de su desgracia.
─
No lo hagas, Ariza ─ dijo Bianca. ─ No la involucres.
─
¡Demasiado tarde! ─ refutó Ariza, dándose la vuelta para irse. ─ No he sido yo
sino tú la que provocaste esto con tu decisión.
Es y será tu culpa, Anaí.
─
Ariza, no ─ trató en vano Bianca de detenerla sujetándola del brazo.
Con
una ceja alzada, la estanciera miró con altanarería esa mano sobre su brazo.
Tomó con su mano y la quito de encima con brusquedad.
─
Tienes un precio que pagar ahora Bianca Rangel ─ soltó con despecho Ariza. ─ Y
un plazo breve para decidirte. Para mí has dejado de ser Anaí y no tendrás
privilegio alguno. Vendrás a mí quieras o no.
─
No puedo ni quiero ─ defendió Bianca, moviendo su cabeza. ─ ¡No puedes forzarme
a estar a tu lado!
─
¡Claro que puedo! ─ rebatió con crueldad Ariza. ─ ¿La quieres ver libre?...
Entonces… ¡Sacrifícate por ella!
─
Arlyn… ─ fue el nombre que balbuceó Bianca con pavor ante lo dicho.
Un
dedo quedo incrustado en los labios de Bianca, atravesado e impidiendo
cualquier otra palabra que saliera de su boca.
─
¡No tienes derecho de llamarme así! ─ profirió verdaderamente molesta Ariza. ─ Tú
enlodaste mi nombre por el fango al despreciarme dos veces. Has perdido todo
derecho sobre mí. Pero jamás podrás romper nuestras cadenas que atamos en el
cielo. Ese será parte de tu castigo.
Bianca
por primera vez desde que se volvieron a encontrar sintió pavor verdadero y ni
siquiera en su vida pasada pudo comprobar la magnitud del enojo de la que fuera
su esposa y eso que la buscó por cielo, mar y tierra. Condenándola a un
sufrimiento sin fin. Con agonía se resignó y con el tiempo el amor quedo
convertido a despecho y esa carga la acompañó hasta la tumba, acompañándola
también en esta vida.
Por eso; su altivez y la dureza con que se
rodeó en la actualidad. Sin duda, que ya no era la misma Arlyn del pasado.
Ahora se convirtió en Ariza Pedrales, una mujer fría, dura y despiadada contra
sus adversarios. Solo su familia conocía a la verdadera mujer que había en
ella. Y eso lo perdió por completo Rangel; al menospreciarla por segunda vez y
ahora, debería ganarse el derecho a ser su esposa y ocupar nuevamente su lugar
en su corazón.
─
¡Ya lo sabes! ─ señaló Ariza y retirando su dedo. ─ Tienes todas las perder si
osas desafiarme. Su libertad o mi venganza.
Sin
más comenzó avanzar hacia la salida y antes de marcharse sin voltear a ver,
añadió…
─
Valeria ¿no es así? ─ preguntó Ariza.
─
Sí ─ fue la respuesta de la enfermera.
─
Informa a tu superior que solo con Héctor me entenderé ─ indicó Ariza. ─ No
quiero ver a nadie más. Lo quiero a primera
hora en mi casa y avísale que los
portones se mantendrán cerrados hasta que esta mujer se presente ante mí. Entre
más tarde lo haga, peor para todos ustedes. Llevaré a Enap a la ruina completa
si ella no cumple con lo que pedí. ¿He sido clara?
─
Sí ─ acató Valeria en decir, tragando en seco pues su temor se hizo realidad.
─
No olvides este día Paredes ─ señaló Ariza. ─ Porque ella será tu ruina y
sentencia de muerte. Con esto aprenderás a no tocar la esposa de otro.
Marcela
no tuvo tiempo a responder porque ya la estanciera cruzaba el umbral de la
puerta en compañía de un carabinero y sonreía con perversidad.
Después
de que se marchara la estanciera, las tres mujeres no eran capaces de decir
nada ya que los temores, la indignación y tristeza se apoderaron de ellas sin
compasión. Permaneciendo unos minutos envueltas en un silencio casi sepulcral.
Olía a muerte esa pequeña enfermería.
─
¡Estamos jodidos con P mayúscula! ─ soltó de pronto Valeria pasando sus manos
con desesperación sobre su rostro. ─ ¿Qué vamos hacer ahora?
─
No lo sé ─ fue la respuesta que se desprendió de Marcela con la vista perdida
en el piso sopesando su futuro y con ironía añadió. ─ Supongo que pasar una
temporada en prisión.
Eso
fue lo último que Bianca hubiese querido oír de parte de su jefa. No quería
aceptarlo en que todo nuevamente estaba en sus manos y comprendió que el precio
a pagar era muy alto.
─
Hay una solución ─ murmuró Bianca, tragando saliva dolorosamente y viendo a
ambas mujeres.
─
¿Estás loca? ─ preguntó Marcela. ─ ¿Vas a permitir que se salga con la suya? No
nos enseñaste que debíamos defendernos de personas como ella. ¿Acaso se te
olvida que estuvo a punto de matarte en el camino?
─
No lo olvido ─ dijo Bianca. ─ Pero se volverá peor para ustedes sino no tiene
lo que quiere.
─
¿Me viste la cara? ─ masculló Marcela al no aceptar la solución. ─ ¿Crees que
me pase el reglamento de Enap por el trasero solo para ver que terminabas
recluida contra tu voluntad? Pues déjame decirte que yo te creí, confié en ti y
me libere de ser un títere más en manos de esa mujer. Prefiero mil veces estar
en la cárcel que ceder a su tiranía.
─
Pero…─ trató de contradecir Bianca.
─
¡Pero nada! ─ interrumpió seca Marcela. ─ No te permitiré que me insultes con
un hecho así.
─
¡Déjala que lo haga Marcela! ─ intervino categóricamente Valeria. ─ Ya no se
trata solamente de ti sino que Bianca, nos ha involucrado a todo el personal de
Enap. Lo mínimo que puede hacer es pensar en nosotros que somos inocentes de
toda esta mierda que tiene con esa estanciera.
─
¡Eso nunca! ─ protestó con rabia Marcela. ─ No puedes sacrificar a una persona
con tal de salvarte de que esa mujercita nos pase por encima. ¿Hasta cuándo
seguimos soportando sus abusos? Dime Valeria ¿te gustaría que te hicieran una
cosa así?
─
No ─ respondió cortante la enfermera. ─ ¿Y qué quieres que hagamos?
─
Esperar que llegue Alejandro y saber que decidieron en Punta Arenas ─ repuso
Marcela. ─ Estoy segura que la gerencia no se quedara con los brazos cruzados.
─
Espero que tengas razón ─ acotó Valeria.
Estaban
en plena discusión, cuando asomó el Teniente Espíndola…
─
El tiempo de visitas se acabó ─ demandó el superior. ─ Las peleas las van hacer
a otra parte. Este es un reten de
carabineros, no el centro de madres la alcahuetería. Así que vayan saliendo y
se vayan al sitio que les corresponde.
─
Eso es abuso de autoridad ─ refutó sin más Bianca. ─ Ella no es ninguna
delincuente para que la priven de sus derechos de visita o defensa.
─
¡Aquí mando yo y no usted! ─ recalcó duramente el Teniente. ─ Si no le gusta
búsquese un abogado y demándeme.
Bianca
iba a decir unas cuántas cosas, cuando…
─
¡Ya es suficiente Bianca! ─ ordenó Valeria. ─ Hemos tenido suficiente con tu
tonteras como venir a desafiar a la autoridad ya gran cosa hicieron con
dejarnos verla.
─
Pero, Valeria ─ protestó Bianca.
─
¡No más! ─ respondió ésta. ─ Regresemos que ya está por llegar Alejandro y no
quiero más líos por tu culpa.
─
Está bien ─ acató Bianca, apretando fuertemente la mandíbula y viendo a
Marcela. ─ ¡Lo siento Marce!
─
Más lo sentiré yo, si llegas aceptar su chantaje ─ repuso Marcela y haciendo un
gesto con la mano. ─ ¡Váyanse ya!
─
Nos veremos mañana, amiga ─ indicó Valeria y viendo a su otra compañera. ─
¡Andando señorita problemas!
─
Oka ─ murmuró Marcela, acomodándose sobre un pequeño sofá.
Las
dos chicas fueron escoltadas por el cabo a la salida y no se movió hasta que la
camioneta arrancó con destino al campamento.
Mientras
en el interior del retén…
─
Puede estar usted tranquila señorita Pedrales que no volverán a verla hasta que
sea llevada a Puerto Natales ─ señaló Espíndola. ─ Es una promesa.
─
Confiaré en usted Teniente ─ mencionó complacida Ariza, haciendo alarde de
dolor en su cuerpo. ─ Una no puede estar tranquila en su propia casa con
delincuentes como ése. Una queda
expuesta a un temor constante, la seguridad queda vulnerada a un punto que se
vive aterrada de en qué momento volverán atacar tu hogar.
─
Descuide señorita Pedrales ─ dijo el Teniente. ─ Mientras yo esté a cargo, no
volverán acercarse a usted y dispondré de algunos subalternos para que monten
guardia en vuestro domicilio.
─
¡Magnifico! ─ alabó con pleitesía Ariza, subiendo el ego del funcionario de la
ley. ─ Ese tipo de determinación es la que realmente necesitamos en estas
tierras. ¡Créame que me siento realmente protegida y considera por su persona!
─
Es usted una mujer admirable ─ dijo zalamero Espíndola y besa la mano de la
estanciera. ─ No me cansaré de repetirlo y de hablar de su persona a donde
vaya.
─
¡Me halaga Teniente! ─ musitó Ariza con una falsa modestia, pero que se la
creyó enterita el oficial. ─ Es un hombre galante y tan caballero.
─
Estoy a su servicio, mi bella dama ─ se regaló embelesado el teniente, cayendo
rendido a los pies de la estanciera.
─
Muy agradecida y servida en gran magnitud. ─ exageró Ariza la en saltación de
aquel hombre de la ley. ─ Ahora, debo retirarme a descansar dado que he estado
sometida a una gran carga emocional y necesito aunar fuerzas para encarar a
esta gente de tan poco valor y falta de educación.
─
La acompañaré hasta su vehículo ─ repuso el teniente. ─ Como siempre está usted
en toda la razón de que estamos rodeados de una empresa con funcionarios de
dudosa reputación y de baja clase social.
─
¡Es una verdadera lástima! ─ adujó Ariza, mientras salían del reten y fue
acompañada hasta su camioneta por el oficial. ─ Bueno, me despido de usted
Teniente Espíndola.
─
Reitero lo dicho. A su servicio señorita Pedrales ─ insistió el oficial y
nuevamente besó la mano de la estanciera. ─ Que regrese bien a su hogar.
─
Gracias y buenas noches. ─ se despidió Ariza y subió a su vehículo y ordenó sin
más. ─ ¡Alcánzalas!
─
Como usted ordene patrona ─ respondió de inmediato el chofer.
La
camioneta no le tomo más que 10 míseros minutos y dio de lleno con el vehículo
Enapino que luchaba por esquivar todos esos hoyos productos del aguacero que
aún caía en toda la pampa.
─
Rebásalas y ponte delante de ellas ─ dictaminó Ariza, barajando varias cosas en
su mente.
─
Muy bien ─ acató el chofer.
─
No dejes que tomen la curva ─ indicó Pedrales. ─ Quiero sacarlas de ruta.
─
Así se hará mi señora ─ convino el hombre, que piso el acelerador y rebasó el
coche de Enap.
Mientras
se iban superponiéndose ventanilla con ventanilla. Las dos funcionarias a bordo
de la camioneta quedaron viendo la maniobra y quién ocupaba su interior.
─
¡Ay no! ─ exclamó Valeria preocupada. ─ ¡Lo que nos estaba faltando! Cuando nos
dejará en paz.
─
Ariza ─ murmuró Bianca, chocando miradas con la estanciera.
─
Que siga de largo o tendremos un viaje entretenido a casa con esa picapleitos
vengativa─ masculló Valeria que ya estaba hartándose de esa mujer.
─
Yo también lo espero ─ concordó Bianca que sentía contraerse su pecho
fuertemente ante la mirada hostil de la estanciera. ─ Que acabe todo esto y
pueda rehacer mi vida olvidando toda esta pesadilla.
─
No quiero ser aguafiestas contigo ─ refutó sarcásticamente Valeria. ─ No
esperes que ella desista de su objetivo. Esa mujer es como las aves de rapiña
jamás dejan su presa hasta no haberla exterminado por completo.
Bianca,
se abstuvo de responder pues bien sabía que nada de lo que dijera pudiese
cambiar los hechos acaecidos y librarla de su destino.
─
¡Mi suerte está echada! ─ musito Bianca sin perder de vista a la camioneta que
les estaba rebasando. ─ Ella se vengará de un modo u otro.
La
enfermera que do viéndola un momento al ver lo afectada que verdaderamente
estaba la muchacha.
─
Yo te juro que no te entiendo, Bianca ─ mencionó Valeria, que volvió su vista
al frente y alcanzó a girar el volante cuando. ─ ¡Pero qué mierda!
Valeria
tuvo que jugar con el volante para no girar en trompo ante la maniobra
intempestiva del vehículo que iba delante
al cerrarles el paso y no permitir que tomase la bifurcación que las
llevaría hacia el campamento.
─
¿Qué diablos le pasa a esa tipa? ─ vociferó fuera de sí, Valeria con el alma en
un hilo. ─ ¿Nos quiere matar acaso?
─
No, es un aviso de que no está jugando ─ señaló Bianca, viendo directamente
como la estanciera se baja del coche e iba a donde ellas se encontraba.
─
Ya comienzo a creerle a Marce ¡Esta mujer está demente! ─ mencionó Valeria y al
ver a su compañera, indagó. ─ ¿A dónde vas?
─
No es obvio, que sino bajo, tú estarás en problemas ─ indicó Bianca y bajándose
de la camioneta. ─ Espérame aquí. Iré a ver qué quiere esta vez.
─
Bianca, no ─ ordenó Valeria, pero era muy tarde.
La
joven dio un portazo y se armó de lo poco que le quedaba de fuerza y valor para
enfrentar a aquella mujer que la estaba acorralando como un animal sin dejarle
más salida. Caminó a su encuentro y antes de llegar a la mitad que las separaba
a ambas. Se detuvo y desde ahí, le habló…
─
¿Qué pretendes ahora, Ariza? ─ preguntó Bianca. ─ ¿No ha sido suficiente con
encerrar a Marcela? Que ahora buscas lastimar también a Valeria.
Esos
ojos verdes pulverizaron con la mirada que la lanzó a la joven Rangel. Una
mirada cargada de muchas emociones y no muy buenas que digamos.
─
Asiéndome de tus palabras tendría que decir que es la más clara señal de que lo
que digo, lo cumplo. Todos sufrirán a causa tuya. ─ siseó la estanciera.
─
¿Para eso debías sacarnos del camino? ─ protestó Bianca. ─ ¿No crees que estás
yendo muy lejos y bajas de tu vehículo para hacer mofa de ello?
─
Eres tú la que sacas conclusiones precipitadas Rangel. ─ aclaró despectivamente
Ariza. ─ Bajé por otro asunto y tú para variar me culpas de cosas que aún no
hago.
─
En verdad que comienzo a dudar de ti y de tus sentimientos. ─ replicó Bianca. ─
Una persona que dice amar, no hace lo que tú.
Cambias de la noche a la mañana esos sentimientos que deberían ser
bellos y puros, por unos llenos de rabia y desprecio. ¿Para esto deseaba que
volviésemos a estar juntas en esta vida?, ¿para volver a sufrir a tu lado?,
¿Eso querías Ariza?
En
dos pasos la estanciera acortó la distancia entre ellas y alzó el mentón de la
muchacha y la vio de un modo que podrían significar muchas cosas, dependiendo
de la entonación y suposición que se le diese.
─
¿Tú me reprochas eso a mí? ─ Contra preguntó Ariza viéndola a los ojos. ─ Cuando
no dudaste en abandonarme la primera vez sin dejar que te explicara que tenía
un arreglo con mi padre para el bien de las dos. ¿No pensaste en mí y .lo
devastada que quedé después de que huyeras y me apuntaras con un arma?
Dime,
Bianca ¿Quién de las dos comenzó esta guerra?, ¿qué clase de amor tenías para
conmigo y no darme el derecho a duda y defensa? Por lo visto, es fácil acusar a
los demás de nuestras propias culpas, señorita Rangel.
Fue
toda una vida expuesta al sufrimiento por tu causa y ahora vienes; y me acusas
de ser una desalmada contigo. ¿No me has despreciado por segunda vez en ese
retén? Quieres que mi amor sea puro y bello, cuando tú no dudas en mandarme al
mismo infierno en forma consecutiva.
¿Te
has preguntado por qué reencarné?, ¿Y por qué motivos me he mantenido soltera
todos estos años? Teniendo a cuanto hombre o mujer quisiera postrados a mis
pies. ¿Te haces una idea del por qué?
O
debo recordarte que tú y yo hicimos una promesa eterna de fidelidad y que he
sabido honrar en la otra vida como ésta ─ respondió Ariza a cada acusación que
le hiciera su esposa. ─ Lo mío no es venganza sino revancha a lo que tú me
haces ahora. Es una lección de lo que se siente, mi querida Romí.
─
¿Porqué no acabas con todo esto? ─ inquirió Bianca cansada de lidiar con un
destino que la estaba aniquilando psíquicamente como físicamente.
─
¿Estás dispuesta a pagar el precio para terminar todo esto? ─ indagó Ariza
leyendo en sus ojos ese temor y resignación a la vez.
─
¿Qué podría ser peor? ─ respondió con esa pregunta Bianca.
─
¡Ja! ─ exclamó con ironía Ariza. ─ Te has vuelto complaciente mi querida Romí y
eso no es propio de ti por salvar a otros ¿Tanto te gusta esa inspectora?
─
¡Eh! ─ balbuceó confundida Bianca y luego, comprendió las cosas y agregó. ─ Es
algo que no voy a responder, Ariza.
─
¡Como quieras! ─ masculló la estanciera, apartando su mano del rostro de la
joven. ─ No voy a facilitarte las cosas. Deberás elegir entre tú o ella. El
destino lo escribes tú ahora. En cuanto a mí, sabes muy bien lo que quiero y no
las cosas a medias.
─
¿Forzarás el amor? ─ intentó un último recurso Bianca.
─
No seas ilusa ─ refutó de inmediato Ariza, con algo de lluvia cayendo por su
rostro. ─ No voy a forzar nada (tocando directo el corazón de la joven) Ese
amor está ahí, dormido y a la espera que su verdadera dueña lo reclame. No
podrás ocultarlo por mucho tiempo.
─
No…No lo dejaré ─ contestó defensivamente Bianca, quitando su mano y cruzando
los brazos en su pecho. ─ No lo haré.
─
¿A qué le temes tanto? ─ interrogó Ariza. ─ ¿A qué tu corazón reconozca que soy
su dueña? O ¿admitir que me amas a pesar
de todo?
─
Es pasado ─ fue la respuesta de parte de Bianca, perturbada por lo dicho por la
morena.
─
¡Síguete engañando a ti misma! ─ Contra dijo Ariza. ─ No puedes ocultar una
verdad que ambas sabemos muy bien. Nos pertenecemos en cuerpo y alma. ¡Es algo
que nunca podrás cambiar! Tú eres mía y no es porque yo lo diga sino tu
corazón, tu cuerpo y tu alma lo hicieron aquel día y en este tiempo, deberé
volver a celebrar esos votos y recuperar mi lugar en tu vida.
─
No sigas, Ariza ─ imploró Bianca. ─ Intento cambiar las cosas y vivir lejos de
ti.
─
¡Ya lo hiciste una vez! ─ replicó Ariza. ─ ¿Qué conseguiste? Encadenarnos a una
nueva vida en este tiempo y el destino nos volvió a reunir para acabar con el
sufrimiento y darnos una nueva oportunidad. Pero, tú sigues empeñada en
doblarle la mano al destino, a tu corazón, a tus sentimientos y a mí, que soy
tu verdadera esposa. Nos niegas el derecho a ser felices simplemente por
necedad y egoísmo de tu parte.
Por
eso, no estoy dispuesta a dejarte que te salgas con la tuya una vez más. Voy a
probarte que has estado equivocada todo este tiempo. Voy hacer implacable
contigo y seré tu sombra hasta que sucumbas y admitas que aún y siempre me has
amado. ─ finalizó Ariza, retirando los brazos de esa postura y rozando con sus
dedos los labios de la Bianca. ─ Del mismo modo en que yo te sigo amando, Romí.
Bianca,
quedo temblando ante esa caricia y permaneció anclada al piso, mientras vio
como la estanciera se giró sobre sus talones y se fue rumbo hacia su vehículo.
─
Es cosa de tiempo… Anaí ─ dijo Ariza, mientras caminaba. Sin voltear a verla.
En
eso…
─
¡Bianca! ─ llamó Valeria. ─ Debemos irnos ya, Alejandro, acaba de llamarme que
viene por San Gregorio. No querrás que te pille en este lugar hablando con esa
mujer que se ha vuelto nuestro mayor peligro.
Terminado
de hablar, ambas vieron como la camioneta de la estanciera salió rauda del
camino salpicando lodo por doquier.
─
¿Me escuchaste? ─ preguntó Valeria.
─
Sí ─ dijo Bianca, bajando la vista al piso de no saber qué hacer.
─
¡Entonces sube! ─ ordenó Valeria.
No
hubo que dar respuesta a la orden porque la joven, caminó en forma autómata en
dirección a la camioneta y se subió en silencio y así, permanecería todo el
viaje de regreso al campamento.
Una
vez que estacionaron la camioneta frente a la casa I, Isabel, las salió a
recibir. Valeria la puso al tanto de lo que sucedió y Bianca, por su parte, se
fue derecho a su dormitorio y tirarse sobre su cama totalmente confundida y
sentirse tan vulnerable a la que debía oponerse.
Mientras ello sucedía en el campamento… En
otro sitio…
─
Rafael, cierra todos los portones y apuesta tres hombres por paso ─ ordenó
Ariza cuando llegaban al paso 14 y sus hombres les dejaban pasar y cerrar con
candado nuevamente.
─
Cómo usted ordena, patrona ─ dijo su capataz.
─
Solo deben dejar pasar a Héctor por el momento ─ indicó Ariza, desde su
ventanilla. ─ Y será cuando yo lo crea necesario. Además, quiero que estén
pendientes de cuando llegue a venir ella (mostró una fotografía de Bianca) y me avisen de inmediato. Es la única que
espero por lo demás.
─
Es la señorita Rangel ─ señaló Rafael.
─
¿La conoces? ─ inquirió Ariza suspicazmente.
─
Sí, ella siempre saca los borregos heridos del camino en el sector de la playa.
─ explicó el capataz. ─ Y los deja muy cerca del rebaño para que los
encontremos y los llevemos con el veterinario. Es una buena mujer, patrona. No
es como los demás.
─
¡Ya veo! ─ dijo Ariza, con orgullo y ordenó a su empleado. ─ Con mayor razón
deberás cuidarla Rafael, porque esa buena mujer como tú dices, es nada menos
que mi esposa y necesito que la vigiles y protejas a toda costa de los
funcionarios de Enap.
─
¿Su esposa? ─ se atrevió a preguntar el capataz que creyó oír mal.
─
Sí, tal como oíste. Ella es mi esposa ¿Algún problema con ello? ─ respondió en
forma intimidante Ariza.
─
No, mi señora ─ se apresuró en responder Rafael. ─ No cuestionó lo que usted
haga patrona sino que pensé que había escuchado mal.
─
Ya lo sabes ─ señaló Ariza, restándole importancia a lo dicho por su empleado. ─
Tú deber es cuidar de ella y mantenerme informada de cualquier cosa que suceda.
─
Así se lo haré patrona ─ acató Rafael. ─ Yo cuidaré de su esposa, se lo
prometo.
─
Perfecto ─ repuso Ariza y antes de cerrar su ventanilla, agregó. ─ ¡Ya sabes a
nadie de Enap dejes pasar!
─
Sí ─ fue todo lo que dijo el capataz y se fue a su jeep para dejar hombres
apostados en ese primer paso y resguardarlos de la lluvia.
La
camioneta prosiguió su camino hasta llegar 30 minutos más tarde a los portones
rotos por la inspectora y que daban la bienvenida a la estancia Los pozos,
propiedad de Ariza.
Dio
instrucciones a su personal de levantar una defensa provisoria a la entrada y
vigilancia completa en forma armada en la casa patronal como en todas las demás
casas de sus empleados. Luego, se fue directo hasta su alcoba y desde ahí, hizo
llamadas a Punta Arenas, luego Santiago con sus abogados y luego, directo con
dos funcionarios pertenecientes a la corte de la Haya.
Ariza
Pedrales, no solo era leyenda en el mundo de la ganadería austral sino que
estaba involucrada en tratos con varios delegados y representantes del poder
judicial a nivel nacional y organismo internacionales.
Con
36 años tenía una fama de mujer temida y muy inteligente en el mundo que se
rodeaba. Era una hábil negociante en lo tocante
a sus productos, relaciones de comercio de exportación como
importación. Y detrás de ella, estaba un
bufete de abogados muy renombrados que jamás habían perdido un litigio en que
representasen a la dueña de los pozos.
Sin
duda que ahora la estatal se vería enfrentada a su mayor adversario y que no
estaba dispuesta a ceder un minúsculo centímetro de sus tierras a manos de la
compañía petrolero o del gobierno en turno hasta no conseguir su objetivo
final…Bianca Rangel.
Claro
estaba que las cosas no serían nada fácil para la estanciera teniendo en cuenta
que luchaba contra la mente y voluntad obstinada de la joven ingeniera; y que
debería esperar a que las circunstancias la obligasen a buscarla y solo ahí,
las cosas podrían cambiar y restablecer el vínculo que se forjó en el pasado.
─
Debes venir a mí, libre de esos sentimientos que te ha provocado esa mujer ─
musitó desilusionada Ariza ─ Consiguió confundirte y ahora soy yo la que
nuevamente sufre tu rechazo por segunda vez. No perderé y menos contra ti,
Paredes. Ella es mi esposa y eso no lo pueden cambiar con nada y tarde o
temprano ese corazón volverá a latir por mí y estaré en vigilia completa para
cuando ello ocurra.
Ariza,
decidida a despejar un poco su mente, fue hasta su baño y se dispuso en tomar
un relax a tanto agobio que le ha tocado vivir en unas interminables horas
desde que esa Enapina, irrumpió en su hogar.
Momentos
más tarde, a escasas dos horas que el amanecer se volviese a sentir en aquellas
desoladas pampas australes. La estanciera, marcó desde su teléfono móvil para
comunicarse con…
─
¡Marcial! ─ nombró Ariza al receptor de su llamada.
─
¿A qué debo tu llamada a estas horas de la madrugada, hermana? ─ preguntó él.
─
Necesito que me ayudes con el embajador ─ señaló sin rodeos Ariza. ─ Dentro de
muy poco se iniciara un litigio con el estado chileno y de seguro deberé acudir
a toda la ayuda que pueda para mi demanda ante la banca mundial y comercio para
pedir un recurso de protección en caso de que el gobierno quiera expropiarme de
mis tierras.
─
¡Veo que el asunto es grave! ─ expuso Marcial algo preocupado y agregó. ─ Es
algo que en su tiempo te sugerí que hicieras y por lo visto, no estaba equivocado
en mis temores. Como ciudadana española puedes acogerte a ese derecho y hacer
que los abogados de la familia busquen un asidero en el tratado de libre
comercio y el de la unión Europea de mutua cooperación.
─
¡Haz lo que sea necesario para salvaguardar mis propiedades! ─ indicó Ariza.
─
Cuenta con ello, hermana ─ mencionó Marcial. ─ Ahora, necesito que me pongas al
corriente de cuál fue el detonante que provocará este conflicto. Hasta dónde yo
tengo entendido, nuestros padres y toda la sociedad ganadera firmó un acuerdo
con él es entonces presidente en turno de respetar los puntos acordados ante la
cámara de comercio de Santiago de no expropiación a las tierras y de
indemnización en caso de pérdida por cabeza de ganado u ovina. De lo contrario,
el estado estaría incurriendo en una violación al artículo que se proclamó en
la asamblea de Zúrich.
─
Es mucho más que eso, Marcial ─ aclaró Ariza. ─ va más allá de lo netamente
material y tiene directa relación a mi vida y mis derechos personales.
─
¡Explícate bien! Porque no estoy entiendo. ─ razonó confundido el hermano de la
estanciera─ ¿qué puede ser más importante que tus derechos mercantiles y bienes
materiales?
─
Uno que nuestra familia respeta por sobre todas las cosas, hermano. ─ refirió
Ariza. ─ Ni tú estás dispuesto a tranzar.
─
Ariza, solo puede tratarse del vínculo familiar que para nosotros es sagrado ─
mencionó Marcial. ─ Ahora dime ¿De quién se trata? ¿Cuál miembro de nuestra
familia está involucrado?
─
Anaí ─ respondió seria la estanciera. ─ Mi esposa.
─
Hermana, eso no puede ser ─ refutó un tanto parco Marcial. ─ Ella fue tú esposa
en la otra vida y todos nosotros como familia, sabemos que sólo tú fuiste la
que reencarnó en esta vida y que llevas mucho tiempo a la espera de encontrarle, pero lamento
tener que contradecirte que prácticamente es imposible que ello ocurra.
─
Ella ha regresado, hermano ─ aclaró Ariza. ─ La he visto con mis propios ojos y
al igual que yo, viene con otro nombre. Pero es exactamente la misma Anaí de
carne y hueso.
─
¿Estás segura qué es ella? ─ inquirió pasmado Marcial.
─
Muy segura de lo que afirmo. ─ repuso Ariza. ─ En un principio no me reconoció
porque sus recuerdos venían bloqueados y tuve que verme forzada hacerla recordar
y te aseguro que tengo pruebas convincentes de que es ella. Mí Anaí, mi esposa.
─
¿Y cómo es que todos estos años no la vimos por esas tierras australes? ─
indagó Marcial con cierto resquemor. ─ ¿Cómo fue que estuvo oculta para nosotros siendo que es una región de
poca población?
─
Ella no estuvo oculta ─ esclareció Ariza. ─ Anaí vivía en el norte, en Iquique
más específicamente. Por eso era muy difícil que nos pudiéramos encontrar.
─
¡Entonces! ─ especuló Marcial. ─ ¿Cómo es que llegó allí?
─
Por Enap ─ explicó Ariza. ─ Ella es una funcionaria de esa empresa y lleva unos
meses solamente en la estatal como aprendiz de operador de planta.
─
¡Vaya, vaya! ─ exclamó Marcial. ─ El mundo si es un pañuelo, traerla
directamente a ti, que eres su esposa. Definitivamente, tu espera ha sido
ampliamente recompensada.
─
¡Así es! ─ afirmó con vehemencia Ariza. ─ Jamás deje de creer y esperar a que
volviéramos a encontrarnos. Mi espera no fue en vano, ella ha regresado a mí y
es tiempo de reclamar lo que me fue negado.
─
Comprendo mejor que nadie tu sentir, querida Ariza ─ convino Marcial. ─ ¿Cuál
es el nuevo nombre de tu esposa?
─
Hoy se llama Bianca Rangel ─ mencionó la estanciera. ─ Y como dije, es una
joven funcionara de Enap.
─
¿Has dicho joven? ─ preguntó su hermano. ─ ¿Y cuál es el problema con Enap?
─
Sí, es muy joven en esta vida. Tiene 24 años recién cumplidos ─ respondió Ariza
─ Y el problema que enfrento básicamente con la estatal, es el hecho que
intentan privarme de mi esposa manteniéndola recluida y privada de su libertad.
Además, te pongo en conocimiento que entre ella y yo ha habido roces de los
cuales se han aprovechado ciertos funcionarios al punto de invadir mi propiedad
y amenazarme.
─
Hay una diferencia de edad bien importante en esta época y sin embargo, no es
relevante para nuestro pueblo ─ acotó Marcial, puesto que sus orígenes están
bien arraigados en gitanos y andaluces. ─ Lo que me preocupa de este asunto y
que puede ser usado en tu contra, es tu situación actual con Anaí. Debes
legitimar ese matrimonio bajo la ley actual para poder reclamar tus derechos
como esposa de Bianca y con ello, defender tu postura.
─
Ya he tomado cartas en el asunto y he ordenado traer un oficial del registro
civil para cumplir con esa parte ─ indicó Ariza. ─ He puesto los obstáculos
precisos para que ella venga a mí sin reparos y volver a celebrar la ley de mi
pueblo en esta tierra.
─
Debes mandar a buscar a nuestros padres como al resto de la familia para
acompañarte y testificar la veracidad de tu matrimonio ante sus leyes como las
nuestras ─ señaló Marcial, que por cierto es el hermano mayor de la estanciera
y el de mayor confianza para ella. ─ O ¿prefieres que me ocupe de ello
personalmente?
─
Lo haré yo misma, pero necesito que te ocupes de hablar con el embajador en
caso de que este asunto con Enap pase a mayores y quieran expropiarme de mis
tierras. ─ indicó Ariza. ─ debo tomar todos los resguardos posibles y
adelantarme a los hechos.
─
Es necesario que me expliques como sucedieron las cosas para indicarles a los
abogados y preparar una buena defensa a favor tuya ─ señaló Marcial. ─ Por lo
que te escuchó, hermana.
─
Está bien ─ acató Ariza y comenzó narrando cómo sucedieron los hechos desde el
momento en que se conocieron.
Iba
hacer una larga conversación en que se relató todos los pormenores desde la
llegada de la Ingeniera Rangel y las acciones tomadas por el alto mando de la
estatal. Estaba claro que no resultaría nada fácil interponer un recurso de
protección ante la corte sin haber una acusación formal de parte de la empresa
nacional del petróleo.
Sin
embargo, la visita de Alejandro Miranda a Santiago no había sido en vano y sus
frutos estaba rindiendo en forma paulatina y ya se había abierto un sumario
para ver la situación con los estancieros en el campamento de Posesión y San
Gregorio.
Sería
un proceso complejo y por lo demás, muy relevante como sentaría un precedente
en la historia de la ganadería magallánica.
Mientras
la estanciera y su hermano, mantenían aquella plática. En el campamento de la
estatal, una camioneta acaba de estacionar y de su interior bajaban dos hombres
con un semblante bastante rígido y fueron recibidos por Patricio el segundo
abordo en operaciones.
─
¿Cómo les fue con la plana mayor? ─ preguntó de frente Patricio.
─
Quieren a Bianca fuera del campamento hasta que podamos solucionar las cosas
con la dueña de los pozos ─ respondió Alejandro, muy parco en sus comentarios.
─
Es para bajarle el perfil a todo el asunto y poder ganar un poco de tiempo
hasta que en Santiago, presenten un recurso de amparo en la corte suprema ─
informó Atalía, incorporándose a la conversación.
Mientras
entraban a las oficinas del Cop, el encargado de las operaciones después de
escuchar a sus dos colegas, vio que debía proceder a informarles lo que estaba
sucediendo en el campamento.
─
Alejandro, la cosa se puso fea por estos
lados y no solo Marcela está detenida en el retén acusada de atentar contra la
vida de Ariza Pedrales sino que la estanciera cerró todos los accesos a las
plantas de Daniel central, Este, Costa y Dunguenes ─ puso en antecedentes Patricio.
─ Además, envió con Valeria el mensaje de que se entendería con Héctor a
primera hora y que no se abrirían los pasos hasta que Bianca Rangel se presente
con ella. Por lo que creo que no va a ser factible que la saquen del campamento
o la estanciera tomará represalias contra Enap.
─
¡Esto ya es el colmo de la desgracia! ─ respondió descompuesto Alejandro. ─
Tengo órdenes precisas de que Bianca abordé el primer bus en dos días más y ahora,
me encuentro con esto.
─
Esto nos reventó en la cara, Alejandro ─ aseguró Patricio. ─ Si ella no se
presenta con la dueña de los pozos, será el fin de Enap porque eso fue lo que
le advirtió a Valeria. Que la llevaría a
la ruina completa.
─
Todo esto se hubiera evitado si yo no la hubiese mandado de vuelta a Daniel
central en busca de esos informes ─ se lamentó Atalía que se culpaba de lo que estaba
ocurriendo. ─ No debí dejar que conociera a esa mujer de mierda. No solo he
traído problemas para la empresa sino que esa pobre muchacha está en el ojo del
huracán y sabe Dios en que va a terminar todo esto.
─
¡Déjate de culpar hombre! ─ protestó Alejandro. ─ Ninguno es adivino para saber
que esta mujer se ensañaría con Bianca con no sé qué pretexto y ahora vemos una
de sus peores arrebatos.
─
Estas tierras ya no pueden seguir a manos de estos estancieros que lo único que
nos traen es un gastadero de plata por cada imbecilidad que se les ocurre ─
mencionó con disgusto Pato. ─ Deben expropiarlos de una vez por todas. No sé
porque un gobierno debe tenerles tanta consideración.
─
No es tan fácil la cosa, Pato ─ aclaró Alejandro. ─ Ellos tienen firmado un
acuerdo con el estado chileno y nos
obligan a respetarlo bajo cualquier circunstancia.
─
Pero estos viejos están abusando ─ refutó sulfurado Patricio. ─ ¡mira como nos
tienen! De brazos cruzados y pagando cada céntimo por animal muerto y sus
supuestas descendencias que nadie saben si
nacen o no; pero ellos reclaman esa herencia genética y con un dineral
que nos está matando a todos.
─
No depende de nosotros ─ expuso Alejandro. ─ hice lo que estuvo a mi alcance
pero en el gobierno no quieren irse en contra de los estancieros y menos contra
de Ariza Pedrales que tiene la mayor cantidad de hectáreas de toda posesión.
Esa mujer tiene en jaque no solo al estado sino a la banca de Santiago, porque
toda su familia tiene un fuerte capital invertido en bancos a nivel nacional.
─
¡Qué desgracia! ─ se lamentó amargamente Patricio golpeando la mesa por su
frustración. ─ Seguiremos siendo unas marionetas a manos de esa mujer y pensar
que Marcela se jugó hasta el pellejo por darle una lección y resulta que se
puede ir a la cárcel por ello. No quiero ni imaginar qué va a pensar cuando se
entere de que su esfuerzo valió un carajo.
─
Debo ver el asunto de Marcela, ya que dispusieron que se fuese en helicóptero a
primera hora una vez que haga los arreglos con el teniente Espíndola ─ mencionó
Alejandro.
─
No la dejaran irse ya lo dijo ese Paco de porquería ─ anticipó Patricio. ─ se
jactó que ella está recluida como presunta homicida.
─
Sin pruebas no tiene como retenerla ─ aclaró Alejandro. ─ Ya hablamos con el
mayor de carabineros y se comprometió a hacer los arreglos necesarios para
dejarla en libertad.
─
Esperemos que así sea ─ dijo escéptico Pato. ─ Yo que tú la haría examinar
primero porque esa loca de los pozos le pegó un tiro cerca de su oído y la dejo
algo sorda o con problemas de audición y menos más que no paso a mayores.
─
¿Y así la acusan de intento de homicidio? ─ inquirió Atalía.
─
¡Para que veas la astucia de la dueña de los pozos! ─ acusó Patricio. ─ Resulta
que ahora ella es la víctima siendo que Marce, está con daños y no la miserable
ésa.
─
Iré ahora mismo para que la dejen en libertad. ─ señaló Alejandro. ─ Ata llama
a Héctor que lo espero en una hora en mi oficina y luego, te vas dónde Valeria
y sacan las cosas de Bianca, vamos a ver hasta dónde llegan las amenazas de
Ariza Pedrales.
─
¿No escuchaste lo que dije? ─ interrumpió Pato. ─ Bianca debe presentarse con
la estanciera cuanto antes.
─
No lo hará ─ ordenó Alejandro. ─ La vamos a mantener oculta en San Gregorio por
unos días y luego, veremos qué nos ordenan desde Punta Arenas.
─ ¡Buena suerte con eso! ─ señaló Patricio
seco y bien irónico. ─ Si te funciona yo mismo te alabaré un mes entero sino
estaré cayéndote a trompadas por imbécil y dejar que nos humillen más.
─
¡Ya veremos quién ríe mejor! ─ advirtió serio Alejandro. ─ Ahora ve con una
cuadrilla y verifiquen lo de los portones y me avisan por radio de inmediato.
─
¡Porfiado el hombre! ─ protestó Pato, saliendo de la oficina echando
improperios al por mayor en contra de todo el mundo.
─
Ata, hazte cargo de lo que te ordené ─ demandó Alejandro. ─ Voy a ver a Marce.
─
ok ─ fue la escueta respuesta de éste. ─ ¡ocúpate de ella!
─
Nos vemos en un rato más. ─ dijo Alejandro y salió del Cop rumbo a su camioneta
y salió directo hacia el retén de carabineros.
Después
de transcurrir dos horas de la llegada del mandamás de Enap. Conseguían poner
en libertad a la jefa de inspectores y fue llevada a la enfermería de la
petrolera para ser atendida por el médico del lugar.
Por
su parte, Patricio, reviso toda el área sur del campamento y comprobó que todos
los pasos estaban cerrados y con hombres apostados con escopetas que apuntaban
enseguida cuando algún funcionario de Enap intentaba acercarse a preguntarles
algo. No pudieron acceder a ninguno de los 10 pasos que conectaban con la costa
o línea fronteriza puesto que estaban fuertemente resguardados y contaban con
el apoyo de los colegas argentinos que estaban a favor de la estanciera.
Ata,
cumplió con las órdenes encomendadas por su superior y llevó directo al
encargado de RRHH al despacho del jefe del campamento y en conjunto con
Alejandro, vieron los pasos a seguir e ir hablar con la dueña de los pozos.
Luego,
el inspector tuvo la poco grata labor de poner en conocimiento a Bianca de que
sería traslada fuera del campamento y ayudó en guardar las pertenencias para
ser conducida hasta San Gregorio y bajo las órdenes de Francisco.
Las
cosas comenzaban a ponerse tirantes en todo el lugar y es que a la hora en que le personal desayunaba
fueron puestos en conocimiento de todos los operadores de planta como de
operaciones quedaban suspendidos de sus labores por encontrarse denegado el
acceso a sus lugares de trabajo. Aquello derivo en un repudio generalizado de
parte de casi todo el personal que vieron en riesgo sus empleo, puesto que
sabían que la mayor cantidad de producción de crudo, gas y metanol procedían
del lado sur y eso significaba un retroceso a toda la producción. En pocas
palabras…Estaban frente a un panorama hostil e incierto.
Mientras
quedaba la hecatombe en la empresa petrolera a unos cuantos kilómetros más al
sur…
Una
llamada entraba directa al despacho de la reina de las pampas y…
─
¡Buenos días Ariza! ─ saludaron al otro lado de la línea.
─
¡Buenos días Sebastián! ─ saludó Ariza, reconociendo la voz de su interlocutor.
─ ¿Qué noticias me tienes?
─
Conseguí que un funcionario del registro civil fuese en forma especial hacia
Posesión y dentro de una hora estaría en camino ─ indicó éste. ─ Y va con
estadía de trabajo de cinco días sí así lo requieres. Eso estaría incluido en
sus honorarios que serán cargados a tu cuenta.
─
¡Perfecto! ─ exclamó con regocijo Ariza. ─ No te preocupes por el dinero, estoy
dispuesta a desembolsar lo que sea necesario con tal de mantener a ese
funcionario hasta que llegué ella.
─
No esperaría menos de ti ─ convino Sebastián. ─ No escatimas con tal de
conseguir tus objetivos.
─
¡Así es! ─ repuso Ariza. ─ La situación amerita que se haga de ese modo y no
quedaré satisfecha hasta obtener la victoria completa.
─
¿Y eso incluye? ─ se atrevió a preguntar Sebastián.
─
La rendición absoluta de Bianca Rangel ─ adujo sin rodeos Ariza.
─
Espero lo consigas Ariza ─ indicó Sebastián. ─ Ahora continuaré con el trabajo
que me encargaste sobre Paredes.
─
Ello será así ─ dijo con soberbia la estanciera. ─ No te quepa duda alguna.
Hazme saber cuándo esté listo ese informe.
─
Te mantendré informada de cualquier novedad ─ mencionó Sebastián. ─ Nos vemos.
La
estanciera no tuvo necesidad de despedirse porque una nueva llamada estaba
entrando por lo que y cortó para dar curso a la otra…
─
Diga ─ instó Ariza.
─
Tengo malas noticias ─ dijeron al otro lado de la línea.
─
¿Qué sucede ahora? ─ preguntó Ariza con verdadero fastidio al reconocer la voz
de la persona que le estaba llamando.
─
Se trata de Bianca ─ indicó la voz.
─
¿Qué pasa con ella? ─ inquirió Ariza que se puso en alerta al oír el nombre de
su esposa. ─ ¡Habla!
─
La acaban de sacar del campamento ─ respondió aquella voz misteriosa.
─
¿Cómo que le sacaron del campamento? ─ indagó molesta Ariza. ─ ¿Dónde llevaron
a mi esposa?
─
Es mejor que te calmes un poco ─ instó la voz y bajar el perfil al asunto. ─
Ella aún se encuentra en Posesión, pero la llevaron a otro sitio. De seguro
quieren ver tu reacción y que creas que ella se marchó definitivamente para ver
hasta dónde llegan tus amenazas.
─
¡¿Con que esas tenemos?! ─ exclamó con encono vivo Ariza. ─ ¿Quieren ver mi
reacción? Pues la van a tener y verán que no estoy jugando. Voy a recuperar a
mi esposa y se van lamentar de todo lo que están haciendo pasar.
─
Yo solo cumplo con informarte ─ expuso la voz. ─ No te tienes que desquitarte
conmigo.
─
¡Quédate tranquilo! ─ señaló de inmediato Ariza. ─ Tú futuro corre por mi
cuenta en caso de que pierdas el trabajo. Yo te recompensare tu lealtad con creces.
─
¡Que así sea entonces! ─ convino la voz. ─ Te averiguare el paradero de Bianca
y te informo.
─
Estaré esperando tu llamada ─ dijo Ariza.
─
Antes que lo olvide ─ recordó la voz. ─ Héctor va en camino hablar contigo.
─
¡Que venga! ─ expuso altanera Ariza. ─ me facilitara más las cosas aún. Enap
comenzará a pagar el precio de sus acciones.
─
Nos vemos ─ se despidió la voz.
─
No demores mucho en averiguar dónde tienen a mi esposa ─ demandó Ariza.
─
Cuenta con ello ─ dijo la voz y cortó la llamada de inmediato.
En
el mismo momento en que la estanciera colgaba el auricular; unos golpes se
dejan sentir en la puerta de su
despacho.
─
¡Adelante! ─ ordenó Ariza.
─
Con su permiso mi señora ─ habló una de sus empleadas. ─ acaba de llegar don
Héctor.
─
¡Hazlo pasar de inmediato! ─ apremió Ariza.
Momentos
después…
─
¡Buenos días mí querida Ariza! ─ saludó Héctor besando la mano de la
estanciera.
─
¿Buenos días? ─ preguntó seria la estanciera, sin responder el saludo y menos
indicarle que tomase asiento. ─ ¡No lo creo! No tienen nada de buenos para
ustedes.
─
Ariza… ─ balbuceó nervioso Héctor ante la frialdad de la mujer más temida del
lugar. ─ ¿qué quieres decir con eso?
─
Simple ─ ordenó tajantemente Ariza. ─ Quiero de vuelta a Bianca Rangel antes de
que termine este día o de lo contrario se arriesgan a que no saquen un gramo de
petróleo de mis tierras y los expulse con toda su basura.
─
¡Pero!... ─ trató de protestar Héctor con el semblante más que pálido sino
parecía más cadáver que mortal. ─ Pero…
─
¡Pero nada! ─ contravino si asco Ariza Pedrales. ─ ¡La quiero de vuelta ya!
Ustedes eligen ¿la traen de regreso o los hundo uno por uno?
Si
eso no era el despertar de la furia total de la reina de las pampas estaba muy
cerca de parecerlo porque el funcionario Enapino ante la brutalidad en el
timbre de voz de la mujer que adoraba y se inclinaba por todo, casi consigue
hacerle que se orine en sus propios pantalones del pavor que le provocó
escucharla.
Estaba
más que claro que la dueña de la comarca no estaba jugando y sus amenazas se
estaban materializando y el peor error que cometió Alejandro Miranda y la
gerencia de Enap, fue desafiar a la reina de las pampas al privarla de lo único
que no debían…Su esposa…Bianca Rangel.
Las
cartas estaban echadas sobre el manto de la vida y no se vislumbraba un futuro
alentador para ninguno de los que trabajan en la estatal e iba hacer más
incierto incluso para la responsable de lo que estaba sucediendo…Bianca.
─
¡Ariza no sigas con esto! ─ fue la suplica a la distancia de la joven Rangel,
mientras veía a través de la ventana de aquella habitación que había sido
confinada. ─ ¡Detente por favor!
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